viernes, 25 de marzo de 2016

Enseñanza de Shanjian sobre la injusticia (y 2)



La verdad es que la mayoría de nosotros somos incapaces de soportar sentirnos comunes y corrientes; casi preferiríamos ser especiales o morir. El principal culpable de esto, por supuesto, es nuestra identidad, a la que tratamos como nuestra posesión más preciada, permitiéndole que maneje nuestras vidas.

Estamos presos de un espejismo colosal, que sin embargo tiene terribles consecuencias prácticas para nuestro entorno y para las vidas que vivimos. Nos sometemos al imperio de la ley humana, que en realidad es ajena e ignorante de la Fuerza de la Vida. Violamos nuestra conexión con la naturaleza, le damos la espalda a nuestro potencial intrínseco, y nos topamos con toda suerte de problemas y conflictos no naturales en la red enmarañada de intereses de la identidad que gobierna nuestras vidas. No es ninguna sorpresa que suframos. Es más, somos propensos a gritar “¡Qué injusticia!” ante cualquier revés, cuando de hecho somos culpables de la primera y más grave ofensa.

Pero veamos algunos ejemplos concretos un momento.

Presentas una idea brillante y otro se apunta el mérito.

Alguien mete la pata y te toca arreglar los desperfectos que ha dejado tras de sí.

Confías en alguien y traiciona tu confianza, yéndose de la lengua con un tercero.

Te pasan por alto para una promoción que te mereces en el trabajo.

Son casos cotidianos en los que muy probablemente sientes tu dignidad ofendida por una injusticia que clama al Cielo. Pero esta reacción común evita el meollo de la cuestión, que es la injusticia máxima que hemos cometido para empezar: el daño que nos hemos hecho a nosotros mismos y a toda la vida al ponernos del lado de las identidades y arrojar a nuestra propia naturaleza a un ostracismo injustificado. Nuestra indignación solo refleja la mitad de la verdad.

Hay un vertido en alta mar y de repente tu televisión muestra imágenes de pelícanos cubiertos de viscoso y negro chapapote, aleteando impotentes para escapar del desastre volando.

Hay un incendio forestal porque algún individuo o empresa quiere urbanizar ese pedazo de suelo en concreto. Todo tipo de árboles, arbustos y animales, incapaces de escapar a la furia de las llamas, quedan reducidos a cenizas.

Ves un bonsai de una especie por lo demás majestuosa, encogido a tamaño pigmeo para satisfacer el engreimiento humano con todo tipo de trucos que impiden su crecimiento natural.

Lees sobre gansos a los que se ceba dolorosamente y se sacrifica para disfrute de unos pocos paladares exigentes.

Una vez más, tu sensación de agravio se enciende, esta vez en aparente defensa de la Fuerza de la Vida de los demás... pero también te quedas corto y yerras el tiro si no te incluyes a ti mismo en el cuadro. Porque nosotros también hemos cubierto nuestra propia naturaleza con el chapapote de nuestra confusión, la hemos quemado con el fuego de nuestros deseos, la hemos mutilado hasta someterla con las tijeras podadoras de nuestra aversión y hemos intentado cebarla con la comida basura de nuestra identidad.

¿No estás de acuerdo en que la mayoría de las veces este sentido de indignación por la injusticia que cometen los demás tiene un conveniente efecto narcótico sobre tu disposición a examinarte honradamente a ti mismo antes de tirar la primera piedra?

Pero volvamos a nuestra pregunta inicial. ¿Qué hacemos cuando nos cruzamos con una injusticia cometida contra nosotros o contra otros?

El primer paso, por supuesto, debe ser restaurar la justicia dentro de nosotros y hacer las paces con nuestra naturaleza distanciada. Solo entonces estaremos en posición de revisar la situación tranquilamente, con compasión, afecto benevolente y ecuanimidad, y hacernos esta pregunta: Esta aparente injusticia, ¿de verdad le está haciendo daño a la Fuerza de la Vida (es decir, a nuestro derecho o el de cualquier otro ser vivo a sobrevivir) o por el contrario le está haciendo daño a nuestra identidad o la suya?

Sabemos que las identidades no son naturales y por tanto no tienen nada que reclamar con respecto al derecho a sobrevivir de la Fuerza de la Vida; sin embargo, también sabemos qué bien imitan sus modos y maneras y usurpan sus prerrogativas. Debemos andarnos con mucho cuidado en nuestra evaluación.

Bodhidharma tenía algo interesante que decir sobre cuando sufrimos una injusticia:

Cuando los que buscan un camino se topan con una adversidad, deberían pensar para sí mismos: “En incontables edades pasadas le he dado la espalda a lo esencial para irme a lo trivial y he errado por todo tipo de existencias, a menudo airado sin causa y culpable de transgresiones sin número. Ahora, aunque no cometo mal alguno, se me castiga por mi pasado. Ni los dioses ni los hombres pueden prever cuándo dará fruto un acto malvado. Lo acepto con el corazón abierto y sin quejarme de la injusticia”. El sutra dice: “Cuando te cruzas con la adversidad no te enojes, porque tiene sentido”. Si mantienes esa comprensión, estás en armonía con la razón. Y al sufrir la injusticia entras en el camino.

Nos perdemos el mensaje esencial si interpretamos que esto se refiere a vidas pasadas o a otras fantasías de escaso valor práctico aquí y ahora. La verdad del asunto es que Bodhidharma está hablando del interminable ciclo de renacimientos de la identidad, en el que hemos estado enmarañados desde tiempos inmemoriales –esto es, desde el principio de nuestra vida, “dándole la espalda a lo esencial para irnos a lo trivial y errando por todo tipo de existencias, a menudo airados sin causa y culpables de transgresiones sin número”. Al seguir el tortuoso camino del deseo y apego de la identidad, hace tiempo que hemos olvidado nuestra verdadera naturaleza de seres humanos y nos hemos conformado con una imitación de tercera categoría. Esta es en sí misma la madre de todas las injusticias contra la Fuerza de la Vida –y allá donde vayamos, llevamos a cuestas sus semillas y de vez en cuando sus amargos frutos, mientras no nos zafemos de su trampa.

Es esto, un karma que hemos acumulado nosotros y nadie más, lo que distorsiona irremisiblemente nuestra experiencia de la injusticia. Mientras no nos enfrentemos a esa realidad, nuestra visión de lo que es justo e injusto será irremediablemente defectuosa. Tenemos que aceptar nuestra responsabilidad por esta escisión que hay en nuestro interior y comprometernos a repararla.

En cuanto admitimos la injusticia primordial que llevamos dentro, damos un primer paso crucial para remediarla, recobramos una perspectiva correcta sobre la vida y recuperamos nuestro lugar en el orden general del universo.

Al hacerlo, podemos encontrarle un buen uso a las ocasiones en las que sufrimos la injusticia –de hecho, el mejor uso posible: el que disuelve nuestro sufrimiento, desactiva las trampas de nuestra indignación llena de identidad, y nos deja en posición de asegurarnos que servimos a la Fuerza de la Vida en todas las circunstancias y lo mejor que podemos.

Solo entonces seremos capaces de “aceptarlo con el corazón abierto y sin quejarnos de la injusticia” –cuando el lodo del sufrimiento de la identidad produzca la flor de loto de la comprensión y la rectitud.

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