Solemos recular con
espanto ante cualquier mención a la muerte, pero a veces uno se encuentra
reflexiones que son verdaderas joyas, fruto de mentes lúcidas que nos enseñan
cómo se afronta esa transición, inevitable para todos, con aplomo y humanidad.
Son una buena lección sobre la impermanencia y lo importante que es aprovechar
nuestro tiempo en esta tierra, que tan pródigamente solemos desperdiciar
persiguiendo fuegos fatuos o escapando de fantasmas que hemos creado con
nuestra propia mente truculenta.
Cuando queda poca
vida, cada instante cobra un sentido intensísimo. Y lo que me llama la atención
en estas reflexiones es que, cuando estamos cerca del fin de la conciencia, no
valoramos nada tanto como simplemente estar en el mundo y participar en él,
aceptándolo con nuestros sentidos. Da igual lo que poseas, quién seas, lo que
hayas hecho; lo último que queda es estar en el mundo, ser testigo de su sutil
belleza y dejar que nos inunde su presencia, que siempre nos ha acompañado sin
pedir nada a cambio. Esa comunión justifica por sí sola la vida y la muerte.
¿Tiene sentido esperar a nuestros últimas semanas o días para abrirnos a ella?
Arce japonés
Tu muerte, cercana ahora, es de las
fáciles.
Desvanecerse tan despacio no supone
dolor de verdad.
La respiración, al acortarse,
solo resulta incómoda. Sientes cómo
se consume
la energía, pero el pensamiento y la
vista permanecen:
Mejorados, de hecho. ¿Cuándo has
visto
belleza tan dulce, tantas cámaras de
ámbar y galerías de espejos
como cuando la lluvia fina cae
sobre ese pequeño árbol
y empapa los muros de ladrillo de tu
jardín trasero?
Ese brillo, cada vez más espléndido
mientras la tarde va cayendo,
ilumina el aire.
Nunca se acaba.
Cuandoquiera que venga la lluvia, ahí
estará,
más allá de mis días, aunque ahora
tomo mi parte.
El arce, elección de mi hija, es
reciente.
Cuando llegue el otoño sus hojas se
volverán llamas.
Lo que debo hacer
es vivir para verlo. Eso le pondrá
fin a la partida
para mí, aunque la vida sigue por
igual:
llenando las puertas dobles para bañar
mis ojos,
un último aluvión de colores
pervivirá
mientras mi mente muere,
incinerada por mi visión de un mundo
que fulguró
con tanto brillo en el último
instante, y luego desapareció.
Al autor le
diagnosticaron enfisema y fallo renal en 2010 y leucemia en 2011. Aún está
vivo.
¿Y nosotros,
estamos así de vivos de verdad?
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