sábado, 17 de octubre de 2015

Por sus frutos la conocerás

Hoy he comido una manzana. Qué cosa tan magnífica es una manzana... su solidez compacta y pesada, su forma a menudo irregular pero inconfundible, su gama de colores rojos, amarillos, rosados y verdes, su aroma terrenal y fresco, el chasquido que produce al morderla, el jugo que suelta...

Sin embargo, si me centro solo en el placer que le ofrece a mis sentidos, paso por alto que esa manzana es fruto de un ser vivo y que ella misma ha estado viva. Y también que su función correcta como alimento no es precisamente darme gusto sino hacer posible que siga viviendo a sus expensas.

Cada manzana que me como es una oportunidad menos de que el árbol que la produjo propague sus semillas por la tierra y tenga descendencia, como es natural. Es un sacrificio sin vuelta atrás. Por eso, en el Dharma cuando comemos tomamos conciencia de que estamos sacrificando unas vidas en favor de otras, para así recordarnos la importancia de entender ese sacrificio y aceptarlo siendo dignos de él en nuestra forma de vivir.

El manzano, claro, no sufre porque sus frutos vayan a parar a nuestro estómago en vez de brotar en suelo fértil. El manzano, como todos los demás seres vivos, solo conoce una ley, la del "creced y multiplicaos". En esa ley, todos parecen estar persiguiendo su supervivencia individual al tener hijos, y sin embargo todos están sirviendo a la supervivencia de los demás, ya que los seres vivos nos nutrimos unos de otros.

Ese "cambiazo" es una genialidad de la naturaleza, que usa la tendencia innata a la supervivencia individual de cada especie como fuerza para abastecer a la supervivencia colectiva de la vida, sea en la forma que sea.

Los humanos, en cambio, nos hemos apartado de ese ciclo porque nos sentimos separados, distintos y mejores. Le damos una importancia desmesurada a nuestra identidad y a nuestros propios hijos (no tanto a los de los demás, ahora que ha desaparecido cualquier noción de unidad tribal) y en cambio hemos industrializado la procreación de múltiples formas de vida para alimentar nuestra hambre insaciable, cuando no nuestro apetito de gourmets.

Pero la Fuerza de la Vida tiene su propia inteligencia y capacidad de adaptarse. En su equilibrio dinámico hay diversidad, caos y conflicto, pero paradójicamente todo ello favorece la continuidad de más vida en formas en evolución constante. Nuestra capacidad de destrucción como humanos es muy grande, pero la de creación es insignificante si nos comparamos con la naturaleza. El camino de restaurar el equilibrio pasa por apreciar cuánto le debemos y qué íntimamente estamos unidos a ella, y eso nos lo puede enseñar algo tan sencillo como comer una simple manzana. Así es como logramos que su sacrificio también sea fértil a otro nivel, en beneficio de toda la vida.

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