sábado, 13 de junio de 2015

Los sueños de la razón



El historiador Ian Morris ha acuñado un teorema que a su juicio explica por qué surgen cambios (sobre todo tecnológicos) en el devenir de la especie: "Los cambios los provocan personas vagas, codiciosas y temerosas que buscan maneras más fáciles, lucrativas y seguras de hacer las cosas. Y pocas veces saben lo que está haciendo".

Con todo lo resultón que es, el "teorema Morris" solo refleja las motivaciones de dos de las tres identidades, por mucho que sean las más comunes: la codicia y miedo del temperamento adquisitivo y la pereza del temperamento confuso. Deja fuera el impulso manchado del temperamento aversivo, que es el dominio y control absoluto.

Nadie en su sano juicio sostendría, por ejemplo, que cuando Siddhartha Gautama abandonó su cómoda vida en palacio estaba buscando una manera más fácil, lucrativa y segura de hacer las cosas, o que su iniciativa no supuso ningún cambio en la historia de la humanidad.

Tres fueron las experiencias que le empujaron a Gautama a emprender su camino de liberación y convertirse en Buda: el encuentro con esas formas prácticamente universales de sufrimiento humano que son la enfermedad, la vejez y la muerte. Fiel a su temperamento aversivo, Gautama fue al choque contra ese sufrimiento y no cejó hasta que lo superó.

Ahora, miles de años más tarde, la codicia y la tecnología han avanzado tanto que algunos empiezan a soñar con la posibilidad una alternativa aparentemente más fácil, lucrativa y segura que le daría la razón a Ian Morris: crear avatares de cuerpo robótico o incluso hologramas a los que se les pueda cargar nuestra personalidad como quien sube un archivo a internet.

Estos "transhumanistas" confían en que los avances en medicina e inteligencia artificial nos abrirán para el año 2045 las puertas de la inmortalidad. Seremos entonces humanos post-biológicos que habremos dejado atrás nuestra limitada inteligencia basada en el carbono por otra permanentemente interconectada y virtualmente infinita basada en el silicio -y de paso habremos superado para siempre las mismas tres experiencias que generaron la búsqueda y el despertar de Gautama.

¿Sueño o pesadilla? El tiempo dirá. Pero es interesante darse cuenta del enfoque tan crudamente materialista de esta iniciativa, que no se enfrenta al sufrimiento que imponen estos obstáculos sino que pretende eliminarlos directamente y que busca ampliar y eternizar el dominio de la misma inteligencia cognitiva al servicio de las identidades que supone el mayor reto a nuestra integridad natural y a la supervivencia de toda la vida en el planeta. ¿De verdad saben lo que están haciendo?

¿Qué pasará con todas las facultades humanas desconocidas o despreciadas por estos técnicos que no sean susceptibles de "subirse" al avatar inmortal? ¿Qué pasará con la propia naturaleza, fuente de nuestra humanidad y de tantas experiencias que estos visionarios tratarán como fantasías? ¿Qué ocurrirá una vez quede silenciada para siempre la voz de la homeostasis natural que nos avisa cuando algo no marcha bien en el cuerpo-mente biológico?

Desde luego, si esos cambios se llegan a producir, es más que probable que la puerta de la liberación de la mente pura se cierre para siempre para el género humano. Si el dominio de la identidad cognitiva se entroniza de esa manera, quizá ni siquiera quede margen para una suerte de "Dharma 2.0" para la nueva especie.

Ah, y hay otra diferencia importante. Tras su despertar, Buda proclamó: "Abiertas están las puertas a lo inmortal para quienes tengan oídos" y ofreció su enseñanza libremente a gentes de todas las castas, incluidos los parias, lo cual fue toda una revolución. En cambio, esta iniciativa (http://2045.com/) solo está al alcance por ahora de quien tenga tres millones de euros.

Parece inevitable por tanto que esta nueva aventura, si llega a fructificar, consolidará una nueva separación de castas, esta vez entre los pudientes que están tan enamorados de su identidad e inteligencia como para asegurarse su continuidad por los siglos de los siglos a golpe de talonario, y el común de los mortales, sujetos aún a la enfermedad, la vejez y la muerte, sin otro recurso que el Dharma natural propio de los humanos.

Si a mí me dieran a elegir hoy mismo, no tendría dudas sobre cuál de los dos destinos preferiría. Igual que el sueño de la razón, también el delirio de la razón al servicio la identidad produce monstruos.

Curiosamente, aunque casi estamos hablando de ciencia-ficción, en algunas mitologías budistas tradicionales se contempla un reino de los dioses o seres sobrehumanos donde la vida es larguísima, fácil y placentera; es casi como si hubieran previsto esta eventualidad. Sin embargo, esa condición se compara desfavorablemente con la nuestra. ¿Por qué? Porque es en la vida corriente, con todos sus problemas y desafíos, con su vejez, enfermedad y muerte, donde se produce el crecimiento verdadero que nos hace plenamente humanos.

Y es que, francamente, ¿qué más se le puede a nuestro breve paso por esta Tierra que ser plenamente humanos?

Y ahora viene la pregunta incómoda... ¿Cuántos de nosotros lo estamos consiguiendo?

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