lunes, 15 de junio de 2015

¿Quién es el androide de verdad?


Desde que Mary Shelley alumbró el mito de Frankenstein, un recurso clásico de la ciencia-ficción es imaginar seres variopintos generados por los humanos que se revuelven contra sus amos de forma inesperada y catastrófica. Un brillante ejemplo moderno es Blade Runner, donde el "replicante" Roy Batty regresa a la Tierra a buscar a su creador para lograr que desactive la muerte inminente que lleva inscrita en su programa; pero es un tema con variaciones para todos los gustos.

Como buen material de entretenimiento que son, estos relatos pueden sugerir temas dignos de reflexión, pero al final la mayoría reserva el papel de héroe a los humanos, salvados de la destrucción precisamente por su inherente humanidad que los distingue felizmente de los villanos, sean androides, monstruos o robots.

Ahora bien, si pensamos en proyectos como la iniciativa 2045 (ver entrada anterior), ¿acaso lo que planean estos buscadores contemporáneos de la eterna juventud no supone una rebelión similar contra nuestro "creador"? La diferencia es que, al no haber nadie a quien se le pueda reclamar o forzar (como al doctor Tyrell en la foto), su propósito es cambiar nuestro hardware biológico por otro virtual que sirva de soporte a nuestra personalidad, entendida como un software transportable y mejorado gracias a la inteligencia artificial.

En ese caso, la ansiedad que mostramos los humanos en multitud de novelas y películas ante una posible rebelión de las máquinas inteligentes que hemos fabricado para servirnos sólo es la cara visible de la moneda; en la otra, más oculta, ya estamos apuntando a hacerle la misma jugada a la Fuerza de la Vida impersonal que nos ha engendrado, a todos los efectos como si fuese nuestro ingeniero programador.

Se trata por tanto del mecanismo psicológico conocido como "proyección", por el que  atribuimos a los demás actitudes, intenciones o acciones que no queremos ver como nuestras, aunque lo son. Eso mismo es lo que hace el típico político marrullero que entre gritos e insultos acusa a su rival de crispar y ensuciar el debate de las ideas -obviamente como cortina de humo para ocultar lo que realmente está pasando.

Entonces, ¿es posible que a nivel colectivo tengamos la conciencia tan sucia que queramos purgarla o anestesiarla con estas fábulas donde pasamos de villanos a héroes? Estando a punto de descartar nuestra herencia natural porque no se ajusta a nuestros deseos egoístas de permanencia, nos consolamos imaginando historias en las que salvamos el mundo de la destrucción a manos de criaturas que han sobrepasado inesperadamente los límites de su programación original.

En este juego que ya se está planteando de creadores y criaturas, ingeniería de programación y androides programados, ¿qué papel jugamos los humanos? ¿Quién es de verdad la víctima y quién el verdugo?

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