Cuando explico el budismo a otras personas, uno de los retos
más peliagudos es cómo afirmar lo que siento como cierto de toda certeza sin
caer en el dogmatismo.
Parte de la dificultad viene de que vivimos en una cultura
muy distinta de la antigua India, donde Gautama proclamó el Dharma por primera
vez. Ahora, al menos en Occidente, nos movemos en un ambiente de democracia y
relativismo, donde se da por sentado que cada cual tiene su opinión y que todas
son igualmente respetables. Excepto en ciencia y tecnología, la noción de
verdad objetiva ha cedido terreno frente a la tolerancia, la libertad personal y
el rechazo de la ortodoxia religiosa.
El resto de la dificultad estriba en que en el budismo sí que
hay un criterio de verdad, que es simple y llanamente la propia experiencia.
Ah, pero la propia experiencia... ¿no es por definición
subjetiva? ¡He ahí el problema! ¿Cómo puede algo que se experimenta
subjetivamente servir como criterio universal y válido para todos?
Nosotros, hijos involuntarios del Romanticismo, creemos que
nada hay más personal, único e intransferible que la propia experiencia, que es
lo que nos distingue de los demás. Todos sentimos que somos especiales de alguna manera u otra.
Para Buda, en cambio, y para muchos otros que siguieron sus
pasos, hay experiencias que pueden ser comunes y compartidas; lo propio no
tiene por qué ser exclusivo. Cada uno las vivirá a su manera, pero si realmente
son importantes y dejan huella, dos personas que las hayan tenido podrán
reconocerse entre sí igual que dos carteristas se reconocen al instante en una
habitación llena de gente (me suena que Rumi usa esta imagen en algún poema –lo
agradeceré si alguien me lo confirma).
La experiencia que sirve de piedra de toque en el Dharma se
llama el Despertar (bodhi) y es la
esencia del camino: el sol que no vemos directamente pero que proyecta las
sombras que sí percibimos como la forma externa del budismo: las prácticas y
enseñanzas.
Pero hay muchos budismos, se me dirá; tantos como culturas
que lo albergan, escuelas que lo practican o incluso personas que lo profesan.
En cierto sentido, se puede ver así. Pero en otro más
importante, solo hay un budismo: el que ha convalidado la sucesión de aparentes
individuos que siguieron los pasos de Siddhartha Gautama y llegaron, como él, a
la otra orilla, al Despertar.
En realidad, el término “budismo” equivale a “despertismo”,
no a la adoración del personaje histórico llamado Buda. ¿Qué sentido tiene si
no hay despertar? Más o menos el mismo que tendría un montañismo sin montañas.
El antiguo Chan está lleno de historias pintorescas de maestros
siempre atentos para examinar a sus estudiantes, a veces con la intensidad de
un duelo de esgrima, en busca de esto mismo: comprobar si de verdad habían despertado,
cada uno a su manera pero más allá de la mente, con la certeza total de quien siente
en carne propia la luz y el calor de ese sol que alumbra tras las enseñanzas y
prácticas.
Por eso el Dharma budista es como un árbol milagroso que se
extiende a través de los siglos entre la oscuridad y el bullicio de multitudes y
de vez en cuando, muy de vez en cuando, da flores; no hay dos iguales en su
forma, aroma o color, pero con un poco de sensibilidad se puede apreciar que
todas son de la misma familia, porque hay una suerte de consistencia interna
que las une a todas como hermanos que comparten rasgos comunes.
Una de las paradojas que me encuentro mientras sigo en el
camino con sinceridad, pero sin haber llegado aún a la otra orilla, es que me
siento mucho más capaz de intuir qué flores no son de la familia budista, por
mucho que se presenten como tales, que de demostrar mi pertenencia a esa
familia con el florecimiento de mi propia sabiduría y compasión. Ambas cosas
parecen avanzar a distinta velocidad.
Pero mi propia certeza a la hora de descartar no significa,
por supuesto, que otros tengan que aceptar mis intuiciones. En inglés hay un
proverbio que dice the proof of the
pudding is in the eating –en otras palabras, que no se sabe si algo es
bueno hasta que se prueba. También hay un refrán español que dice: “Arrieros
somos y en el camino nos encontraremos”. El tiempo pondrá cada cosa en su
sitio.
Así pues, hago votos por que un día todos los seres nos encontremos en la otra orilla, que no es un lugar, y podamos sonreír ante los
esfuerzos que hicimos, cada uno a su manera, por llegar ahí.
Y, ya puestos, yo al menos también espero reírme
abiertamente de mis errores y tropiezos por el camino, y por qué no, de la falsa
importancia y la seriedad mal entendida con que me lo tomé a veces.
Como decía Shanjian más de una vez, “No te preocupes; todo es un gran chiste”.
Como decía Shanjian más de una vez, “No te preocupes; todo es un gran chiste”.
¡Que así sea!
5 comentarios:
He disfrutado leyendo esta entrada.
Dices: En realidad, el término “budismo” equivale a “despertismo”, no a la adoración del personaje histórico llamado Buda.
Esta frase me ha inducido una idea que desarrollaré en el blog que escribo. Se llamará "budismo practicado, budismo reflexionado, budismo experiencial". Por ahora, sólo tengo la idea y el título... ambas cosas las he visto claras, nada más leerla. Por ello, me gustaría hacer referencia a dicha frase y a la entrada en sí, y a este blog, en el texto que escriba; confío en que no sea ningún problema.
Un cordial saludo.
Por supuesto que puedes hacer referencia al blog y sus contenidos, faltaría más. De todas formas, gracias por preguntar.
Me alegro de que te hayan resonado algo estas ideas. Avísame cuando publiques tu entrada, si te parece, y así la leo yo también.
Saludos en el Dharma.
Ya está la entrada lista. Gracias por tu aportación sin pretenderlo : )
Gracias, ya he leído tu nueva entrada en el blog (para quien quiera leerla: http://impresionesdeuno.blogspot.com.es/).
Es muy interesante lo que dices sobre los koanes y la falsabilidad. No se me había ocurrido verlo así y la verdad es que tiene mucho sentido.
El Chan antiguo sigue siendo una fuente constante de sorpresas y de inspiración para mí. Gracias por tu aportación!
Ha sido un placer
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