viernes, 10 de octubre de 2014

¿Iguales o diferentes?


Vuelve mi polémica en torno al psicoanálisis, sus semejanzas y diferencias con el Dharma de Buda. Realmente la culpa es mía, porque si hubiese recorrido de cabo a rabo el camino budista, ¡no habría lugar para estas discusiones!

Nietzsche se mofaba de la farsa que es la historia humana cuando se ve en perspectiva:

En algún remoto rincón del universo, derramado y reluciente en sus innumerables sistemas solares, hubo una vez una estrella en la que unos animales ingeniosos inventaron el conocimiento. Ese fue el minuto más arrogante y más falso de la “historia universal” –pero no fue más que un minuto. Después de que la naturaleza respirara unas cuantas veces la estrella se enfrió, y los animales ingeniosos tuvieron que morir.
Tengo para mí que Lacan y otros –de hecho, la mayoría de nosotros– no somos más que animales ingeniosos. Pero también creo que, entre todos estos animales, algunos pocos logran elevarse por encima de sus circunstancias y llegan a volverse plenamente humanos: Siddhartha Gautama fue uno de ellos y, a mi juicio, Shanjian Dashi ha sido otro. Seguro que entre medias, y a ambos lados también, hay muchos más, algunos que conozco por sus escritos y otros de los que no tengo la más remota idea ni conoceré nunca. Bien visto, tampoco hace falta. Solo conocer a uno ya es una experiencia imborrable, y suficiente para demostrar que ese salto es posible.
En cambio, por lo que sé de él, a mí Lacan no me parece más que otro animal ingenioso –un mono especialmente astuto, quizá, pero poco más. Aunque lo vistan con las sedas de la transformación interna, aunque poseyera muchos más conocimientos y fuese infinitamente más brillante que yo, para mí sigue siendo nada más que un simio hábil que no ha tocado ni de lejos el corazón del ser humano.

Muéstrame alguien que habiendo seguido su método proyecte algo parecido a la compasión y sabiduría que irradiaba Shanjian Dashi y entonces a lo mejor cambiaré de opinión –en el fondo no es más que una opinión, aún no respaldada por la experiencia del despertar, que es la verdadera esencia del budismo.

Y sin embargo, a pesar de todas mis carencias y traspiés, la pregunta que no puedo evitar hacerme es: ¿cómo quiero pasar el tiempo que me quede en esta estrella aún caliente: en compañía de unos monos ingeniosos o siguiendo el camino de “los pocos sabios que en el mundo han sido” –lleve adonde lleve?

Mejor dejar que mi propia vida responda a esta pregunta antes que enzarzarme en discusiones que dan vueltas sobre sí mismas sin ir a ninguna parte.

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