Vuelve mi polémica en torno al
psicoanálisis, sus semejanzas y diferencias con el Dharma de Buda. Realmente
la culpa es mía, porque si hubiese recorrido de cabo a rabo el camino budista, ¡no
habría lugar para estas discusiones!
Nietzsche se mofaba de la farsa que
es la historia humana cuando se ve en perspectiva:
En algún remoto
rincón del universo, derramado y reluciente en sus innumerables sistemas
solares, hubo una vez una estrella en la que unos animales ingeniosos
inventaron el conocimiento. Ese fue el minuto más arrogante y más falso de la “historia
universal” –pero no fue más que un minuto. Después de que la naturaleza respirara
unas cuantas veces la estrella se enfrió, y los animales ingeniosos tuvieron que
morir.
Tengo para
mí que Lacan y otros –de hecho, la mayoría de nosotros– no somos más que animales
ingeniosos. Pero también creo que, entre todos estos animales, algunos
pocos logran elevarse por encima de sus circunstancias y llegan a volverse plenamente
humanos: Siddhartha Gautama fue uno de ellos y, a mi juicio, Shanjian Dashi ha
sido otro. Seguro que entre medias, y a ambos lados también, hay muchos más, algunos que conozco por sus escritos y otros de
los que no tengo la más remota idea ni conoceré nunca. Bien visto, tampoco hace
falta. Solo conocer a uno ya es una experiencia imborrable, y suficiente para
demostrar que ese salto es posible.
En cambio, por lo que sé de él, a mí
Lacan no me parece más que otro animal ingenioso –un mono especialmente astuto,
quizá, pero poco más. Aunque lo vistan con las sedas de la transformación
interna, aunque poseyera muchos más conocimientos y fuese infinitamente más
brillante que yo, para mí sigue siendo nada más que un simio hábil que no ha
tocado ni de lejos el corazón del ser humano.
Muéstrame alguien que habiendo seguido
su método proyecte algo parecido a la compasión y sabiduría que irradiaba Shanjian
Dashi y entonces a lo mejor cambiaré de opinión –en el fondo no es más que una
opinión, aún no respaldada por la experiencia del
despertar, que es la verdadera esencia del budismo.
Y sin embargo, a pesar de todas mis carencias y traspiés, la pregunta que no puedo evitar hacerme es: ¿cómo quiero pasar el tiempo que me quede en esta estrella aún caliente: en compañía de unos monos ingeniosos o siguiendo el camino de “los pocos sabios que en el mundo han sido” –lleve adonde lleve?
Mejor dejar que mi propia vida
responda a esta pregunta antes que enzarzarme en discusiones que dan vueltas
sobre sí mismas sin ir a ninguna parte.
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