viernes, 28 de enero de 2011

Una fantasía (sin sexo, lo siento)

A veces fantaseo con que las letras impresas de los libros no están fijas y yertas, esperando pacientemente su turno para salir a la luz en bloque.

En mi ficción, las únicas que guardan las apariencias son las de la página que esté abierta en cada momento; las demás, en la prieta clandestinidad de las hojas ya leídas o aún por leer, se sueltan la melena y se desplazan de un lado a otro, entremezclándose con sus semejantes, cuchicheando y bailoteando a oscuras en una algarabía promiscua, gozosa y anárquica… sólo para volver corriendo a su sitio y encajarse al instante en sus debidos renglones para dar una apariencia de normalidad si al lector se le ocurre inopinadamente volver atrás o adelantarse en su lectura… no vaya a ser que sospeche que las cosas no son tan ordenadas como parecen.

Es una fantasía, como digo, pero ¿cómo sabemos que no es así? En el fondo, es lo mismo que sostienen algunas escuelas de pensamiento: que el acto mismo de observar contribuye a crear esa “realidad” que creemos que estamos observando imparcialmente. No es posible observar algo sin influir en ello. Hasta que no abrimos el libro no vemos las letras, y en cada momento sólo son relevantes las letras de las páginas por las que está abierto el libro. Mientras no sean “llamadas a filas” por la mirada del lector, daría absolutamente igual que las demás no estuvieran en su puesto sino de vacaciones todo el tiempo que quisieran.

Ahondando en la idea de la entrada anterior, también los humanos somos en cierto sentido como letras que descansan en las páginas –o, más bien, dado lo incompletos que parecemos, somos trazos de las letras que forman parte de las palabras que forman parte de las frases que forman parte de los párrafos que forman parte de los capítulos que forman parte del libro completo, cuyo sentido último (en el caso de que exista) se nos escapa.

En realidad, no importa tanto qué es lo que somos exactamente, ni tampoco las dos inmensidades desconocidas que se nos abren a ambos lados como montones de páginas que, suponemos, estarán llenas de otros garabatos como nosotros: esas vastas regiones que se imaginamos al otro lado de nuestro nacimiento y de nuestra muerte.

Lo que verdaderamente importa es que ahora el libro está abierto por nuestra página. Mañana dormiremos el sueño de las letras en una página prensada contra otras páginas… sea como sea.

Ahora es nuestro momento. La vida nos está leyendo.

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