En el Sutra en 42 secciones, Buda habló del incremento
del mérito por dar comida:
“Dar alimento a un
centenar de personas malas no es tan bueno como dar alimento a una sola persona
buena.
“Dar alimento a mil
personas buenas no es tan bueno como dar alimento a una persona que lleve a cabo
los cinco preceptos.
“Dar alimento a diez
mil personas que cumplen los cinco preceptos no es tan bueno como dar alimento a
un solo Srotaapanna (alguien dentro del camino del Dharma).
“Dar alimento a un
millón de Srotaapannas no es tan bueno como dar alimento a un solo Sakridagamin
(alguien dentro del camino que ha caído una vez).
“Dar alimento a diez
millones de Sakridagamin no es tan bueno como dar alimento a un solo Anagamin (alguien
dentro del camino que no ha caído ninguna vez).
“Dar alimento a cien
millones de Anagamin no es tan bueno como dar alimento a un solo Arhat (alguien
que ya no tiene las síntomas de identidad y no puede caer a un nivel más bajo, aunque
tiene que vigilar la identidad siempre para que no vuelva).
“Dar alimento a mil
millones de Arhats no es tan bueno como dar alimento a un solo Pratyekabuddha (despertado).
“Dar alimento a diez
mil millones de Pratyekabuddhas no es tan bueno como dar alimento a un Buda de los
tres períodos de tiempo (completamente despertado).
“Dar alimento a cien
mil millones de Budas de los tres períodos de tiempo no es tan bueno como dar alimento
a una sola persona que esté sin pensamientos, sin actuar, sin cultivar las prácticas
y sin manifestaciones”.
Me resulta muy interesante esta
explicación de Buda por varios motivos.
Primero, porque resulta chocante, si
no escandalosa, por lo insensible que parece, y porque sacude nuestras nociones
convencionales y mundanas de lo que es la compasión. Es algo que encuentro
saludable para empezar. Este choque me invita a mirar más profundo, a ver si
hay algo que se me ha escapado de entrada.
Segundo, porque en una enseñanza
aparentemente sencilla y sin mayores pretensiones, Buda ya deja entrever una
cuestión fundamental del Dharma, al menos tal como lo entiendo yo: que no hay
individuos aislados, en el sentido de que ninguno somos el final del recorrido
de las acciones; al contrario, somos más bien “estaciones de paso”, como en las
vías ferroviarias. No somos compartimentos-estanco donde muere lo que llega a
nosotros. Todo lo que damos y recibimos repercute en los demás o nos viene
repercutido de otros; todo tiene una compleja secuencia de causas anteriores y
se proyecta al futuro en otras secuencias igualmente complejas de causas y
resultados. Vivimos inmersos en una red infinita e inconcebiblemente tupida,
casi siempre invisible a nuestros sentidos (y a nuestros corazones) pero en
operación constante, que nos alimenta y nos sostiene sin que nos demos cuenta.
Tercero, porque me da que tomar
conciencia de esta red como lo único que de verdad importa es una de las
consecuencias naturales de dedicarse con sinceridad al Dharma. Esta red, que es
la vida misma y que nos unifica en la experiencia común de estar vivos, nos
enlaza unos con otros de maneras insospechadas y a la vez responde a los
“inputs” que queramos introducir en ella. De ahí la enorme responsabilidad
–pero también el enorme privilegio– de participar en esta red de vida, sabiendo
que nuestras actitudes, intenciones y acciones son relevantes para la totalidad
y tienen efectos tangibles en ella.
Más allá de cómo elegir el mejor uso
de nuestros recursos, en esta enseñanza tan “sencilla” de Buda hay por tanto un
llamamiento para quitarnos la venda de los ojos, darnos cuenta de qué es la
vida en realidad, y asumir en este juego el rol que sea del mayor beneficio
para la totalidad, más allá de la limitada visión de nuestro ego. Eso es, en
definitiva, la compasión natural, acompañada de la sabiduría. No es algo que se
aplique únicamente a dar limosna; vale para cualquier cosa que hagamos, ya sea cómo
nos ganamos la vida o qué hacemos en nuestro tiempo libre. Visto así, cada
acción (u omisión) nuestra cobra una trascendencia potencialmente inmensa.
Entonces, la opción de alimentar y mantener
con vida a alguien que ha despertado me parece algo tan evidente por sus
enormes repercusiones positivas que no necesita más explicación o defensa. Así,
lo más egoísta en apariencia, visto desde la identidad individual, resulta ser lo
más generoso y beneficioso desde la perspectiva de la totalidad de la vida.
Así es el camino del Dharma: lleno
de aparentes paradojas que se revelan como maravillosas sorpresas de gran
coherencia interna si las contemplamos con recta atención y energía.
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