domingo, 13 de octubre de 2013

Comparte tu alegría

El Dharma budista habla de cuatro estados sublimes o inconmensurables (brahma viharas), que son rasgos inherentes a nuestra propia naturaleza y al mismo tiempo sirven como práctica que facilita su liberación: la alegría, la compasión, el amor benevolente y la ecuanimidad.

En internet o en los libros podemos encontrar definiciones de cada estado. Pero es importante penetrar en ellos más allá de sus descripciones académicas y entenderlos bien, porque en nuestra cultura judeocristiana hay paralelos parecidos en nombre pero diferentes en contenido y fácilmente tendemos a asociar conceptos para ahorrarnos trabajo por pereza y quizá por cierto temor, a ver si por mirar más a fondo vamos a descubrir algo que eche por tierra nuestros queridos esquemas mentales.

Esa pereza nos puede llevar a entender mal aspectos importantes del Dharma. Por ejemplo, sin ir más lejos, la compasión budista es un estado animoso y positivo, sin rastro de lástima o condolencia. Sufrir por el que sufre no es una actitud budista; ayudar al que sufre sí, pero proyectando el bienestar natural y la aspiración de que nadie sufra.

Para ampliar nuestra comprensión de estos estados sublimes también nos ayuda entender que son incondicionales. Eso explica su pureza, ya que no dependen de circunstancias externas. Son una expresión de nuestra naturaleza pura, que es la misma haga sol, esté nublado o caigan chuzos de punta.

Bueno, en realidad no todos son incondicionales; hay uno que no lo es.

¿Cuál?

La alegría (mudita).

¿Por qué no es incondicional? Porque mudita es alegría ante la alegría de los demás, siempre que sea natural y sana. Si no hay una alegría correcta en los demás, y además se manifiesta externamente, no hay posibilidad de sentir alegría budista.

¿Y qué es la alegría correcta? La alegría budista es un indicio de la salud interna de nuestro entorno. Alegrarse porque uno de los nuestros ha obtenido un beneficio injusto o inmerecido no es alegría budista; y mucho menos lo es alegrarse de que a alguien ajeno le vaya mal. Cualquier regocijo de la identidad no es mudita.

La alegría budista surge cuando las cosas están en equilibrio y armonía, de acuerdo con la ley natural. Por eso es tan común que sintamos alegría en la naturaleza: el canto de un pájaro, el vuelo de una mariposa, el olor de la tierra tras la lluvia, el roce de la brisa marina... todo eso tiene algo de refrescante, más allá de lo físico. Y por eso mismo es tan infrecuente que la sintamos en presencia de otros humanos, excepto quizá cuando son niños, según cuán inocentes sean aún de la identidad.

No te guardes tu alegría natural, si tienes la suerte de encontrarla. Es una importante señal interna para tu cuerpo-mente de que las cosas están bien, pero además es un regalo potencial para los demás, porque tiene el poder de despertar en ellos un eco de esa alegría, tan escasa pero tan necesaria, y acercarles al camino de la liberación.

Así es la alegría mudita, sutil pero contagiosa y con capacidad de multiplicarse  hasta el infinito como las joyas de la red de Indra, que se reflejan unas a otras en una totalidad entrelazada.


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