sábado, 28 de enero de 2012

Hay que contarlo

Ayer de madrugada en La Coruña ocurrió un suceso dramático que podemos dejar pasar fácilmente como otro más si no lo analizamos más a fondo.

Los hechos que relatan prensa y televisión parecen claros: unos jóvenes estaban de fiesta de madrugada en la playa, al menos uno de ellos cometió una imprudencia fatal al acercarse demasiado a la orilla con temporal y marea alta, y una gran ola lo alcanzó y lo metió mar adentro.

A partir de ahí, sus compañeros llamaron pidiendo ayuda y a su llamada acudieron varias personas. En el intento de rescate, tres de esas personas desaparecieron y otra acabó en el hospital con síntomas de hipotermia. Los tres rescatadores desaparecidos eran policías nacionales. Ayer mismo se recuperó el cuerpo sin vida de uno de ellos. El estudiante eslovaco al que intentaron rescatar también sigue desaparecido.

Aparte del drama humano, ¿cuál es la noticia importante aquí? Que, en un mundo donde aparentemente impera el egoísmo, la insolidaridad, el miedo y la codicia, donde a diario nos bombardean noticias de crímenes, engaños y abusos, tantas personas acudieron en ayuda de un desconocido en situación de emergencia, poniendo en riesgo sus propias vidas hasta perderlas en el intento.

Tendemos a pensar que estas personas eran héroes, y desde luego en esta emergencia su comportamiento fue heroico. Pero si los consideramos héroes, automáticamente los alejamos de nosotros, poniéndolos en un escalón superior e inalcanzable. Al hacerlo, podemos dejar escapar fácilmente la lección –o el reto, si se quiere– de este suceso: que estas personas, lejos de ser extraordinarias, simplemente respondieron instintivamente (en el mejor sentido de la palabra) con un impulso básico que compartimos todos los seres humanos, que es cuidar y proteger toda vida, sea cual sea y venga de donde venga, simplemente por el hecho de que es vida.

Habrá quien diga que el ser humano es básicamente egoísta y que lo hicieron solo porque su entrenamiento de policías les había condicionado para superar ese egoísmo innato. Quien lo diga tendrá que aceptar entonces que el comportamiento humano habitual en sociedad es natural y virgen y no refleja ningún condicionamiento añadido que lo distorsiona. Pero igualmente se puede pensar que fue precisamente el entrenamiento de esos policías el que eliminó al menos en parte el condicionamiento social manchado, de manera que en esta emergencia pudo aflorar el impulso más primario de la solidaridad humana natural.

Cada uno puede elegir cómo interpretar los hechos, y desde luego hasta que uno no experimente las cosas por sí mismo no puede opinar con certeza. Pero esta segunda visión está en línea con lo que dicen los maestros, porque de eso es de lo que trata el Dharma: de recuperar nuestra propia naturaleza, con toda la humanidad potencial que tenemos asfixiada bajo el pesado manto del condicionamiento equivocado, muchas veces con sacrificios personales pero en beneficio de toda la vida.

Los tres policías desaparecidos dan testimonio de hasta qué punto la fuerza de la vida es generosa y desinteresada en su base; por desgracia, ellos ya no pueden explorar más su magnífico potencial, porque la sacrificaron sin cálculo de coste o beneficios.

Los que sí estamos embarcados en esta exploración, a cambio del sacrificio infinitamente menor de las tonterías de nuestra identidad, ¿podemos dejar pasar esta enseñanza sobre la asombrosa oportunidad que tenemos en nuestras manos?

2 comentarios:

Unknown dijo...

Pero también hay una utilización correcta de la mente, que quizá también pudiera ser natural e instintiva: si calculas que el rescate es imposible sumado al hecho de que muy posiblemente tú también mueras, entonces lo correcto es utilizar otros medios para el intento de rescate o, aunque duela, esperar. Sin ese cálculo, se han perdido 3 vidas en lugar de 1.

Se me ocurre: ¿ante que circunstancias uno entregaría su vida y utilizando la mente correctamente? Por compasión real, es decir, cuando sabes el potencial de la persona a salvar, y que este sea mejor que el tuyo (sin valorarte a ti mismo desde la identidad, lo cual es imposible sin la liberación). Por ejemplo, dar la vida por un maestro, o una persona que reste karma y no sume a la humanidad y la tierra, o incluso una madre por un hijo que conoce bien su potencial.
Podrías argumentar que en ese momento no hay tiempo de razonar, pero estas cosas suceden sin razonar si no hay identidad.

Jué-shān 崫 山 dijo...

Francamente, no lo sé. Me parece que en esos casos no entra la mente a calcular ni a contar, quizá porque sea el hemisferio derecho el que se impone al izquierdo. En ese caso, solo hay vida, no una vida por un lado y cuatro por otro. Y el impulso debe de ser, como dice Shanjian, algo que simplemente no puedes evitar.

Creo que de eso mismo habla Buda en el Sutra del Diamante cuando niega que el Tathagata quiera liberar a nadie... porque en realidad no hay individuos... solo hay vida.

De todas formas, tu comentario me ha recordado un texto que leí hace tiempo y que viene a cuento. Lo voy a incluir en el blog.