jueves, 1 de mayo de 2008

La única devoción que cuenta


“Cuando hayamos muerto, no busquéis nuestra tumba en la tierra; encontradla más bien en los corazones de los hombres”.

Así reza el epitafio que señala la tumba de Mawlana Yalal ad-Din Rumi, poeta, místico y santo sufí, fundador de la orden de los derviches giróvagos. En realidad, pensándolo bien, poco importa quién lo haya dicho: si es acertado, tanto da que haya sido Aristóteles o Mortadelo. Así que dejo de lado los exóticos nombres del autor, las etiquetas sobre su filiación y méritos religiosos y, por último, la ironía de que la frase esté grabada precisamente en el sepulcro de Rumi, para que todos los que lo visiten, incluidos los que llegan ahí tras una ardua peregrinación, se den cuenta de que han buscado donde no era... Aquí hay una gran verdad.

La devoción a la figura histórica del Buda Shakyamuni también es un aspecto prominente del budismo en aquellos países asiáticos de cuya cultura ha formado parte desde hace siglos; igual que en el caso de Rumi, a veces esa devoción se plasma en forma de suntuosos despliegues materiales y adoración de masas. Es algo que puede sorprender visto desde Occidente, adonde han llegado sobre todo las escuelas más aplicadas y menos religiosas del Dharma (usando estos términos en sentido relativo, a falta de otros mejores), y que parece justificar que se le considere al budismo simplemente como otra religión más.

De hecho, hay aspectos de esa devoción popular asiática, como la práctica de venerar supuestas reliquias del Buda guardadas en grandes túmulos llamados estupas, que nos pueden resultar chocantes en un sistema tan declaradamente sobrio y natural en sus principios, y que enseguida traen a la mente correspondencias con nuestro entorno católico –y no precisamente con sus manifestaciones más ilustradas. Quizá esta evolución sea un destino común e inevitable en las enseñanzas sagradas cuando se alían con el poder político, se convierten en oficiales y extienden su influencia a todas las capas de la sociedad; después de todo, no todo el mundo tiene la misma manera de manejarse en estas aguas, y hay muchas personas a las que las vías que exigen una mente rápida, abierta y flexible sencillamente no les van.

Más allá de sus avatares políticos, y en respuesta a la variedad de temperamentos humanos, en el budismo sí que hay sitio para la devoción –por ejemplo, en la escuela llamada Tierra Pura, centrada en la figura del Buda Amitabha; pero, al igual que en otras vías como el Chan o el Mahamudra, también ahí hay que comprender bien lo que se hace para no caer en la simple repetición de fórmulas o gestos huecos con la esperanza de que surtan efecto en virtud de algún poder mágico que desconocemos. En todos los caminos es fundamental ir a la esencia y apartar la hojarasca acumulada durante siglos; pero quizá en ninguno sea mayor el riesgo de apegarse a los aspectos secundarios y ornamentales que en la vía devocional. Casi parece como si el propio Buda fuese consciente de este riesgo, a juzgar por las palabras que le dirigió a su ayudante Ananda poco antes de morir:

Entonces [en su lecho de muerte] el Bienaventurado le dijo a Ananda: “Ananda, estos dos árboles de Sal están completamente en flor, aunque no es la época del año. Riegan y esparcen sus flores sobre el cuerpo del Tathagata [Buda] y con ellas le hacen aspersiones como homenaje. Las flores del ceibo celestial están cayendo del cielo... Del cielo está cayendo polvo de sándalo celestial... En el cielo suena una música celestial... En el cielo se entonan cantos celestiales, en homenaje al Tathagata. Pero no es ésta la medida de cómo se le adora, honra, respeta, venera y rinde homenaje al Tathagata. Más bien el monje, la monja, el seguidor o seguidora laica que sigue practicando el Dharma [las enseñanzas] de acuerdo con el Dharma [la ley universal o Dao], que sigue practicando con maestría, que vive según el Dharma; ésa es la persona que adora, honra, respeta, venera y rinde homenaje al Tathagata mediante el homenaje supremo. Así deberíais entrenaros: `Seguiremos practicando el Dharma de acuerdo con el Dharma, seguiremos practicando con maestría, viviremos según el Dharma´. Así es como deberíais entrenaros”.

Construir grandes estupas no está al alcance de cualquiera; afortunadamente, tampoco es que haga mucha falta. Lo que cuenta es sintonizar tu vida con el Dharma o Dao; parafraseando a un santo cristiano, podríamos decir: “Sigue el Dharma y haz lo que quieras”, porque si de verdad sigues el Dharma harás lo que es natural y correcto en cada circunstancia (lo cual incluye, por supuesto, corregir los posibles errores que vayas cometiendo).

Si llevas el Dharma en tu corazón, eso es un monumento más valioso que cualquier túmulo que puedas erigir sobre la tierra, no importa lo impresionante que parezca, porque entonces habrás rescatado la semilla del Dharma de su hibernación libresca y ritualizada y la habrás plantado en la única tierra fértil que se conoce donde puede brotar, dar fruto y perpetuarse, en beneficio de todos los seres.

1 comentario:

Fuego dijo...

Estupendo texto.

Todos tenemos el Dharma en el corazón, solo que a veces ni lo sabemos.

Gracias.