domingo, 12 de julio de 2015

Tres en uno: la zenísima trinidad



Ya es de madrugada. Me siento en un escalón a la entrada de casa, aliviado por el momento de los calores de este verano sahariano.

En la penumbra veo, al fondo, dos o tres estrellas en el cielo, y en primer plano, los troncos de varios pinos silvestres del jardín, iluminados por la luz anaranjada de las farolas. La mente se abre a la profundidad del espacio y tiempo que al parecer nos separan.

Tres elementos de tres épocas distintas y en tres planos diferentes: a lo lejos, rescoldos del origen del universo; más cerca, primitivas formas de vida terráquea; aquí, un observador humano, el último invitado a la fiesta.

¿Somos tres en realidad? Solo si soy un observador, con mi “yo” a cuestas. Pero es una carga de la que prefiero desembarazarme siempre que puedo.

Si solo hay un “se observa”, todo es uno y lo mismo, sin nombre, edad, ni forma separada.

Entonces, todo está en su sitio... la unidad.

Cuando no hay nadie que observe es cuando se observa mejor.

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