jueves, 19 de febrero de 2015

La sombra de un sueño



Estos días me ronda la cabeza una frase que dejó caer una amiga mientras comentaba las turbulencias de su vida sentimental. Estaba de acuerdo en que sufría pero, según dijo, “eso nos hace humanos, ¿no?”. Se refería no solo al sufrimiento en sí sino al ciclo completo de emociones que experimentamos con todos sus altibajos mientras buscamos la felicidad: el samsara en toda su gloria.

Yo creía que eran los millones de años de evolución de la especie en el planeta Tierra los que nos han hecho humanos, gracias a atributos como el bipedalismo, el pulgar oponible o el neocórtex cerebral. En sentido literal, ya somos humanos; no tenemos que hacer nada para ello; de hecho, no podemos evitarlo. Y ahora resulta que le vamos a enmendar la plana a la evolución natural con nuestras geniales aportaciones personales…

Entonces, yo no puedo evitar preguntarme: ¿no será exactamente al revés, que nuestros trajines nos llenan la vida de ruido y furia sin sentido y nos hacen infrahumanos, protagonistas de un drama folletinesco y barato?

Algo parecido ocurría cuando proyectaban películas en el colegio: no importa lo interesante que fuese lo que estábamos viendo, siempre había algún gracioso que lo interrumpía metiendo sus zarpas delante del proyector para crear sombras con formas de animales en la pantalla. “¡Eh, mirad qué gracia tengo!” era su silencioso grito de guerra.

¿Somos tan distintos? Quizá estemos yendo más allá incluso, pues lo que interrumpimos no es una película, sino la luz misma que crea la proyección. 

Porque, si confiamos en lo que dicen los maestros, nosotros somos esa luz.

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