jueves, 11 de agosto de 2011

Un reproche común... y equivocado


“Yo al budismo le reprocho su pasividad”, declaró con aplomo y, tras soltar ese dictamen lapidario, le pegó otro trago a su gin-tonic, quedándose más ancho que largo.

Habíamos cenado juntos con otro amigo y después habíamos recalado los tres en un bar cercano. Tras algunos vericuetos, la conversación había girado hacia el budismo, sin grandes pretensiones ni expectativas dadas las circunstancias.

En la penumbra del bar, entre ráfagas de música y brumas rezongonas de alcohol, mi amigo reprochante mostró simpatía por lo que entiende que hago pero se reivindicó decididamente como judeo-cristiano.

No es que sea mala gente –al contrario; es sensible, se ocupa de los demás con buenas intenciones y es muy querido entre sus allegados. Pero ¿cómo hacer ver a alguien que mira desde fuera lo que tú ves desde dentro, aun sin llegar a ver del todo?

Afortunadamente, tengo suficiente experiencia como para no meterme a discutir sobre el Dharma, y menos de madrugada en la barra de un bar de copas. ¡Bastante difícil es ya en condiciones normales y sin bebidas por medio!

¿Cómo hacer ver que el Dharma no acepta como real la realidad consensuada que todos toman como base?

¿Cómo mostrar que el problema está dentro de cada uno, y que la locura que experimentamos en el mundo de fuera no es más que el reflejo colectivo del sufrimiento que hay dentro de cada cual? Mientras no nos arreglemos por dentro, ¿qué esperanza hay de cambiar de verdad lo que hay fuera?

Me pregunto cuántos enfermeros de ambulatorio le estarían echando en cara a esa misma hora su “pasividad” a los científicos que investigan en los laboratorios en busca de curas para la malaria o el SIDA, solo porque no están a pie de calle, poniendo vendas y tiritas… sin darse cuenta de que ambos están en el mismo bando y de que, sin la labor aparentemente “pasiva” de los investigadores, aún estaríamos tratando el cáncer con aspirinas.

El problema para la mente mundana es que la cura del budismo no se puede aplicar a otros como una vacuna. Cada uno tiene que desarrollar la inmunidad en sí mismo y luego, con suerte, les puede enseñar a otros cómo hacerse inmunes ellos también. Ni una cosa ni otra son fáciles, superficiales o instantáneas.

Si no vemos con claridad las cosas como son, cualquier acción que emprendamos tiene grandes probabilidades de ser equivocada e, incluso si no lo es, consolidará aún más nuestra impresión de ser entes separados que actúan sobre una realidad objetiva e irremediablemente ajena. Como dicen los maestros Chan, mientras vivamos así seguiremos flotando en el océano de la vida y la muerte.

Quizá algún día pueda tomar un té con mi amigo y oírle decir “Yo al gin-tonic (o, mejor aún, “a mi identidad”) le reprocho su ofuscación”. Pero, por si acaso, no voy a dejar de practicar hasta que llegue esa hora… sin bata blanca, sin sentirme superior a nadie, sin dejar de ayudar en lo que pueda siempre que sea correcto, y sin perder de vista las pistas que nos han dejado los maestros antiguos y actuales.

Baizhang le preguntó al maestro Mazu: “¿Qué es esencial en el budismo?”. Mazu contestó: “Simplemente que te desprendas de ti mismo y de tu vida”.

3 comentarios:

mikaela dijo...

Estoy buceando despacito y con bombona por este sitio que... qué buena pinta tiene!

un saludo

mikaela dijo...

Lo escribo aquí pero habría podido hacerlo en cualquier entrada: me gusta este blog. Mucho. Así que lo he añadido a los recomendados por "el musgo".

Es que lo merece.

1saludo.

Jué-shān 崫 山 dijo...

Gracias, Ane. Espero estar a la altura de tan considerable distinción! ;-)

Saludos