viernes, 22 de abril de 2011

Inmersión total

Recuerdo que cuando estudiaba el COU en Madrid compartíamos edificio con estudiantes de universidades norteamericanas que venían a pasar un semestre o dos para aprender el idioma y conocer mejor la cultura española.

Era curioso oírles hablar cuando te los cruzabas por los pasillos o la escalera. En el mismo mes de octubre, apenas empezado el curso y con ellos casi recién desembarcados del avión, se empeñaban en hablar español no sólo con cualquier lugareño (lo cual podría parecer hasta normal), sino sobre todo entre ellos mismos.

A varios de mis compañeros de clase les entraba la risa al oírles dialogar entre sí con gruesos acentos de Ohio o Nebraska, cometiendo errores de todo tipo, totalmente desubicados en cuanto al idioma y la cultura circundantes… pero inasequibles al desaliento.

Cuando llegaba el mes de mayo ya nadie se reía de ellos, porque los progresos que habían realizado eran asombrosos. Había chicos y chicas de unos veinte años de edad que en cuestión de meses ya hablaban mejor español –desde luego, con más riqueza de vocabulario– que muchos de mis colegas con los que había compartido todo el bachillerato.

¿Cómo lo habían conseguido? ¿Eran superhombres y supermujeres en posesión de una misteriosa kriptonita lingüística? Nada de eso: es solo que desde que llegaban le hacían honor al compromiso que se habían marcado a sí mismos de no hablar inglés durante toda su estancia más que en caso de emergencia. La consigna era inmersión total.

Ahora me vienen a la mente cada vez que entro en algún foro budista y compruebo cómo la gente se enzarza en debates interminables con oleadas de palabras y conceptos que van y vienen… importando en su camino la misma mente llena de distingos y precisiones que deberían dejar atrás. Es tan mareante como mirar una catarata que se precipita al vacío con gran estruendo... sin fin.

Este camino nuestro exige aparcar la mente cognitiva lo más posible durante la vida diaria, y con ella las palabras que son su santo y seña. Aquí lo que cuenta es la inmersión no-cognitiva. Por algo se dice que es un camino de no-mente. Aunque por fuera también parezca estar lleno de palabras, su corazón no es verbal: está hecho de experiencias... crudas, primarias, pre-verbales.

Por eso tiene tanto sentido entrar en el budismo cabalgando a lomos de palabras y conceptos como si esos estudiantes americanos hubiesen intentado aprender español simplemente discutiendo entre sí y en inglés sobre sus reglas gramaticales. Uno se puede imaginar fácilmente adónde habrían llegado, y adónde no. Ellos lo sabían e hicieron lo correcto.

¿Sabremos hacerlo nosotros también?

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