lunes, 28 de febrero de 2011

Un poema que viene a cuento

Una extraña coincidencia, de las que dejan huella: recién recibida la noticia de una pérdida muy íntima, esa misma tarde escucho en concierto una obra en la que se canta la versión moderna de un antiguo poema chino sobre una despedida entre amigos. Al día siguiente, buscando las fuentes originales, encuentro que se trata del poema de Meng Haoran, En el retiro montañés del monje budista Ye, esperando a mi amigo Ding, que transcribo aquí en sus caracteres chinos, con una traducción literal y luego otra más idiomática:

ocaso sol borde oeste cordillera
grupo valle rápidamente entonces oscuro
pino luna empezar noche fresco
viento arroyo llenar claro oír
leñadores volver casi terminar
niebla pájaros posar primero estable
esta persona esperar visita venir
solo qín esperar hiedra camino

El sol se pone tras las colinas al oeste,
y enseguida los valles se llenan todos de sombras.
Entre pinos, la luna trae el fresco de la noche,
el rumor del viento y del arroyo es pleno y claro.
Ahora casi todos los leñadores han regresado ya,
los pájaros se posan en algún lugar entre la niebla.
Esperando que vengas y te quedes,
a solas con mi laúd aguardo en el camino de la hiedra.

¿Melancolía o desesperanza? Según quién lo traduzca, cobra más fuerza una interpretación o la otra. Desde luego, Mahler lo transformó en algo muy distinto de lo que era en origen; ¿por qué no hacerlo nosotros también?

La caída de la tarde y el frío de la noche, los movimientos de una naturaleza ajena, la suerte de los demás, hombres y animales, que se recogen y reúnen con los suyos después de las labores del día… todo eso parece reforzar un trasfondo triste a la espera del poeta solitario. Pero nada de ello es necesariamente así: las cosas en la naturaleza son lo que son, sin sufrimiento añadido.

La muerte de alguien cercano produce un estupor parecido al síndrome del miembro fantasma que sufren los amputados: hay una ausencia evidente a la vista, pero también una presencia que se queda ahí como flotando mientras la mente reorganiza su mapa de la realidad. Aunque es un fenómeno natural, también es una muestra más de cómo la mente es capaz de inventarse cosas que no están ahí –en el caso del síndrome, las sensaciones propias de terminaciones nerviosas que ya no forman parte del cuerpo, al haberse perdido con la amputación.

¿Es lo mismo perder algo que tenía que no alcanzar algo que esperaba? En la medida en que produzcan sufrimiento, sí. Pero si vivo la pérdida con atención plena, puede ser una ocasión para darme cuenta de la vacuidad última de cualquier “pérdida”, de lo efímeras que son todas las cosas, de la unidad que subyace bajo las apariencias… y, en definitiva, de la inmensa oportunidad que tengo de emplear el tiempo que me queda, sea el que sea, para tocar mi verdadera naturaleza como ser humano y descubrir la compasión y sabiduría que la acompañan.

Al leer el poema otra vez, me doy cuenta de que el amigo al que espero no es otro que mi propia naturaleza, que aún no percibo del todo (aunque a veces creo que oigo pasos que se acercan en la espesura). No es una invitación a sentirme desgraciado por la pérdida ni a consolarme con distracciones. Es un mensaje de esperanza, que me hace volver al cojín de meditación para desbrozarle el camino a ese amigo que espera, él también, una oportunidad para salir de las sombras.

Estoy seguro de que eso es lo que Kuxinshan quería para todos, tanto los conocidos como los que nunca llegó a conocer: que todos los seres encuentren su propia naturaleza y vivan con bienestar duradero.

Esperando que vengas y te quedes,
meditamos en compañía en el camino del Dharma.

No hay comentarios: