En deporte, se llama “minutos basura” al tiempo que queda en un partido cuando todo está decidido, que se suele aprovechar para darles una oportunidad a los jugadores más jóvenes para que se vayan fogueando sin que sus posibles errores de novato salgan demasiado caros.
Pienso
en eso cada vez que oigo en conversaciones o capto en escritos una actitud común
sobre la práctica espiritual, que la representa como un subidón continuo, una
serie de momentos culminantes, de encuentros con gente desarrolladísima, de gestos
llenos de significado y trascendencia, de grandes revelaciones y avances… Todo
parece ocurrir en una suerte de realidad paralela, limitada únicamente por la
fantasía de su creador.
Recuerdo
una ocasión hace años en que asistí, invitado por un amigo, al retiro de un reputado
maestro: había un gran local urbano acondicionado para el evento (con mesa de
mezclas, trono y alfombra roja incluida), cientos de gentes venidas de Europa y
América, mercadillo de abalorios espirituales, etc. Las enseñanzas no me
resonaron demasiado y la supuesta iniciación que dispensó a la masa casi me
pareció una parodia. Pero hubo gente que literalmente alucinó con la
experiencia y en especial con la sabiduría y perspicacia que el maestro les
había mostrado en los escasos instantes que había pasado con ellos –un poco al
estilo de los Reyes Magos en Navidad, cuando reciben a los niños que han
aguantado largas colas para sentarse un momento en su regazo, entregarles sus
cartas y contarles lo buenos que han sido.
Al día siguiente,
el maestro cogió un vuelo internacional para ir a su siguiente destino, donde
posiblemente le aguardaban más estudiantes igual de solícitos y, para él, anónimos.
Como dicen en márketing, ¡el tiempo es oro!
¿Cómo se
puede ser maestro o discípulo de alguien al que apenas se conoce? No hay alternativa
a pasar tiempo de verdad al lado de alguien para saber cómo es. Entonces, el
roce hace que afloren las verdades ocultas y esos “minutos basura” que parecía
que no contaban para nada, y en los que no parecía ocurrir nada de importancia, se convierten por el contrario en una piedra de toque
valiosísima a la hora de separar el grano de la paja.
La
verdad a menudo está en los pequeños detalles. Por ejemplo, para vislumbrar
cuál es el temperamento de un estudiante, el Visuddhimagga, el gran tratado de Buddhaghosa, recomienda fijarse
en cómo barre una habitación o se hace la cama; no es algo muy fácil de hacer
si uno enseña y luego sale enseguida de camino al siguiente aeropuerto. También
los antiguos maestros Chan eran dados a derribar cualquier ensoñación mística
de sus seguidores. Como decía Yunmen sobre el despertar, “Hermanos, si hay
alguien que lo ha alcanzado, pasa sus días de conformidad con lo común y
corriente”. Y el famoso Mente Zen, mente
de principiante de Shunryu Suzuki recalca la misma idea: “Pero a fin de cuentas no es lo que el
maestro tiene de extraordinario lo que deja perplejo, intriga y hace más
profundo al discípulo; es lo que tiene de completamente corriente”.
Nos
engañamos si creemos que el camino espiritual tiene que ser un romance ininterrumpido.
La cercanía continuada con un ser realizado puede resultar una perspectiva
incómoda, incluso formidable; pero no conozco nada que la pueda sustituir, ni
siquiera en esta época de prisas y pseudo-soluciones instantáneas a las
necesidades más hondas de nuestra naturaleza humana. Como tantas veces, Buda también
tiene algo que decir al respecto, con palabras que reúnen sabiduría, compasión
y sentido común a partes iguales:
Una tarde, el Buda se levantó de
su meditación y se sentó a las afueras de la puerta este del parque donde
residía. Entonces, el rey Pasenadi, que llegaba de visita, saludó al Buda y
tomó asiento a su lado. Justo en ese momento, no lejos de ahí, un gran grupo de
ascetas errantes pasaba de largo. Con sus cuencos de limosna, algunos de estos
ascetas llevaban el pelo largo y sucio, algunos iban desnudos, otros llevaban
una túnica nada más y algunos eran vagabundos. Una vez habían pasado, el rey le
preguntó al Buda: “¿Se puede pensar que alguno de esos ascetas sean arahats o que estén en camino de convertirse en arahats?”
El Buda le contestó: “Es al vivir una vida en común con una persona como descubrimos el carácter moral de esa persona; y eso sólo si, siendo perspicaces nosotros mismos, le hemos observado a esa persona largo tiempo. Es sólo en conversación con una persona como descubrimos la sabiduría de la persona y la claridad de su corazón; y eso sólo si, siendo perspicaces, hemos prestado atención largo tiempo. Es durante los tiempos revueltos cuando descubrimos la fortaleza de otros; y eso sólo si, siendo perspicaces, hemos prestado atención largo tiempo”.
3 comentarios:
Agregué tu blog a mi lista hace algún tiempo. Entonces sabía por qué. Hoy lo confirmo.
No se me ocurre más que: gasshô.
¡Caramba, qué entusiasmo, Ane! ;-)
Entiendo que el gassho es realmente un saludo a la naturaleza de Buda que hay dentro de cada uno, y no a la aparente persona externa. Entonces es cuando está bien.
Pero recuerda que tú misma, cuando haces gassho de verdad, eres tu propia naturaleza que se alegra con la propia naturaleza que percibe en otros. Entonces eres un Buda (en potencia) que saluda a otro Buda (en potencia).
Como siempre dice Shanjian, ¡Qué divertido es el budismo!
Bueno, sí, soy así, un poco tirando a entusiasta. Me alegra hacer gasshô. Me divierte el budismo ;)
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