domingo, 13 de diciembre de 2015

La puerta de la unidad

Paseando solo por la montaña, me encuentro a cada paso con grupos de excursionistas que han tenido la misma idea que yo este fin de semana.

Oigo sus conversaciones, a menudo en forma de cháchara banal, adocenada y predecible, y no puedo evitar preguntarme si están usando el lenguaje para comunicarse o es más bien el lenguaje el que los está usando a ellos.

En la naturaleza, al aire libre, es donde mejor podemos conectar con la unidad de todas las cosas, pero eso pide silencio, atención, apertura... Lo contrario de lo que hacemos tantas veces cuando vamos en grupo y simplemente exportamos al campo nuestros hábitos mentales atolondrados; cambiamos el escenario pero la comedia sigue siendo la misma. ¡Cuántas oportunidades perdemos para ir más allá de la rutina!

En el Dharma, se entiende que cuerpo y mente forman un continuo que, en su estado natural, está conectado por la energía sutil. Los chinos llaman Qi a esa energía, pero los budistas del Himalaya la llaman gsung rdo rje, o "palabra".

Ese es el potencial de la palabra: servir de catalizador para la unión interna de mente y cuerpo, en unidad con todo.

¿Cuántas veces la usamos en cambio para buscar una falsa unidad, parloteando sin cuento en compañía de otros que tampoco están unificados de verdad con nosotros ni con nada? Como personas extraviadas que se palpan torpemente en la oscuridad para cerciorarse mientras buscan una salida, el mensaje de fondo es "Tranquilo, que sigo aquí".

¿Cuántas veces al día la palabra nos alimenta y cuántas es pura distracción o sucedáneo?

Por suerte, el mensaje de nuestra propia naturaleza, a pesar de todas nuestras tropelías, también es "Tranquilo, que sigo aquí". Y la puerta a esa unidad olvidada se abre cultivando la energía sutil y el silencio, dejando de lado la palabrería hueca. Está en nuestras manos.

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