jueves, 22 de noviembre de 2007

A pleno corazón

Si hay algo que merezca la pena hacer, hazlo con todo tu corazón.

Ese es el consejo del Buda, referido en principio al camino espiritual, pero aplicable a tantas y tantas facetas de la vida. No te quedes a medio camino; no juegues a estar medio embarazado, imitando los gestos externos pero desenganchado por dentro. Cuando decidas que algo vale la pena, entrégate; de lo contrario, mejor dedícate a otra cosa o acabarás con un mero sucedáneo.

Uno lee tantas veces en los libros (malos) que el budismo milita contra el deseo y busca la aniquilación del nirvana que es fácil hacerse la impresión de que el Dharma persigue una cierta anestesia vital cobarde y sumamente egoísta mediante la negación y anulación de las funciones naturales del ser humano. Nada más lejos de la realidad.

Para empezar, uno tiene más que leer los textos originales y penetrar más allá de su superficie para encontrar por doquier testimonios que desmienten esa visión; pero tiene que leerlos con una mente inquisitiva, abierta y flexible a nuevos conceptos que igual no había contemplado con anterioridad y que quizá contradigan sus suposiciones iniciales. Hay joyas escondidas en el canon budista, pero hay que trabajar para encontrarlas y desvelarlas. Igual que las ascuas de un fuego antiguo que se puede revivir si soplas sobre ellas, los textos también se pueden encender de nuevo si los insuflas con el mismo aliento que te da la vida.

Lo mismo ocurre si uno contempla fotos de maestros antiguos e intentar captar su espíritu más allá de los rasgos inmediatamente evidentes. Varios de ellos eran verdaderos tigres, fuertes y duros pero también llenos de benevolencia. ¿Es posible que llegaran a ser así a base de mutilar sistemáticamente su humanidad? Hay algo que no encaja en esa interpretación del budismo. En varios de ellos -como el de la foto, Dilgo Khyentse Rinpoché- se adivina una profunda humanidad y un bienestar que nada tiene que ver con una negación de la vida ni un escape de sus problemas. Y seguramente para nadie fue un camino de rosas; todos tuvieron que echarle corazón para alcanzar ese estado.

Ahora bien, si estas cenizas y ascuas de fuegos pasados son capaces de generar en ti la chispa que inicie tu propio fuego, ¿cuánto más no lo será el fuego vivo de alguien que ya ha completado su transformación y está dispuesto a prestarte la luz de su sabiduría y el calor de su compasión? No hay prueba más concluyente de la calidad de un camino que la presencia y los actos de quien lo ha recorrido en su integridad; y, creedme, no hay nada de enclenque, pusilánime ni mortecino en estas personas, sino una afirmación esplendorosa de la belleza de la vida una vez liberada de las tonterías del ego. Uno de los seguidores del maestro Zen Shunryu Suzuki describe así la impresión que causa una persona de este calibre:

Un roshi (en chino, da-shi) es alguien que ha realizado esa libertad perfecta que es el potencial de todos los seres humanos. Existe libremente en la plenitud de su ser total. El flujo de su conciencia no se compone de los patrones fijos y repetitivos de nuestra conciencia habitual, centrada en uno mismo, sino que surge espontánea y naturalmente a partir de las circunstancias reales del presente. Los resultados de ello en términos de la calidad de su vida son extraordinarios: boyantez, vigor, sinceridad, sencillez, humildad, seguridad, gozo, una misteriosa perspicacia y una compasión insondable. Su ser entero da testimonio de lo que significa vivir en la realidad del presente. Sin que haga falta decir ni hacer nada, el simple impacto de conocer (y reconocer) a una personalidad tan desarrollada puede ser suficiente para cambiarle la vida a uno. Pero a fin de cuentas no es lo que el maestro tiene de extraordinario lo que le deja perplejo, intriga y hace más profundo al discípulo; es lo que tiene de completamente corriente.

Así pues, si crees que este puede ser tu camino, no te dediques sólo a coleccionar cenizas y carbones de fogatas ajenas, como si fueras un mendigo: enciende tu propio fuego. Nada te puede ayudar más a ti y a los demás. Como dice el Buda:

Un acto hecho sin cuidado, un voto no cumplido, un código de castidad observado poco escrupulosamente: tales cosas traen escasa recompensa. Si hay algo que merezca la pena hacer, hazlo con todo tu corazón. El asceta que se entrega a medias sólo se cubre con más y más ceniza.

Échale valor. Enciende tu propio fuego.

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