Estoy empezando a leer las memorias de Oliver Sacks, el neurofisiólogo inglés fallecido hace poco, y meestoy encontrando pasajes fascinantes para los que seguimos el Dharma. Aquí
menciona unas gafas de visión invertida que yo solo conocía por
Shanjian, y lo que cuenta me parece simplemente alucinante --aparte de
ser una confirmación de las enseñanzas que hemos recibido sobre las
capacidades y limitaciones de la mente:
Aunque yo no iba a licenciarme en psicología, a veces asistía a alguna
clase de ese departamento. Fue allí donde vi a J.J. Gibson, un atrevido
teórico y experimentador de psicología visual, profesor en Cornell, que
pasaba en Oxford su año sabático. Gibson había publicado hacía poco su
primer libro, La percepción del mundo visual, y le encantaba
dejarnos experimentar con gafas especiales que invertían (en un ojo o en
ambos) lo que veíamos normalmente. Nada era más extraño que ver el
mundo al revés, y sin embargo, con los días, el cerebro se adaptaba y
reorientaba su mundo visual (que entonces volvía a aparecer cabeza
abajo cuando uno se quitaba las gafas).
También me
fascinaban las ilusiones visuales; me demostraban que la comprensión
intelectual, la intuición e incluso el sentido común nada podían contra
la fuerza de las distorsiones perceptivas. Las gafas de inversión de
Gibson mostraban el poder de la mente a la hora de rectificar las
distorsiones ópticas, mientras que las ilusiones visuales demostraban la
incapacidad de la mente para corregir las distorsiones perceptivas.
Lo que sugiere esta reflexión es que hay funciones recónditas de la mente que son capaces de realizar trucos asombrosos con tal de ayudar a la supervivencia, mientras que la mente cognitiva, esa facultad útil pero limitada que solemos tomar por nuestro "yo" auténtico junto con la conciencia, está sujeta a distorsiones de las que no puede liberarse por sus propios medios.
El
siguiente extracto (anterior en el libro) también recuerda a enseñanzas y experiencias que conocemos sobre el carácter compuesto y construido de la percepción
visual:
Cuando conseguí mi beca para ir a Oxford, me
enfrenté a una elección: ¿debía atenerme a la zoología o seguir el
preparatorio de medicina y cursar anatomía, bioquímica y fisiología? Era
sobre todo la fisiología de los sentidos lo que me fascinaba: ¿cómo
vemos el color, la profundidad, el movimiento? ¿Cómo reconocemos las
cosas? ¿Cómo conseguimos interpretar el mundo de una manera visual? Esos
temas me habían interesado desde una edad temprana, pues padecía
migrañas visuales. Durante un aura de migraña, además de los brillantes
zigzags que presagian un ataque, a veces perdía la sensación del color,
la profundidad o el movimiento, e incluso la capacidad de reconocer las
cosas. Mi visión quedaba deshecha, deconstruida delante de mí de una
manera aterradora pero fascinante, y luego se rehacía, se reconstruía,
todo en cuestión de pocos minutos.
No
son solo los recuerdos, sino las propias percepciones
sensoriales también las que son agregados de elementos dispares, unidos de forma
artificial por la mente para que podamos manejarnos en este mundo de
ilusiones.
Estamos literalmente viviendo en una Matrix. Nada es verdad. ¿No es una pena sufrir entonces, tomándola por real?
Recuerdo cómo hace años un amigo que había acudido a
Can Catarí a recibir instrucciones sobre cómo meditar replicó sorprendido ante las
explicaciones que le daba Shanjian Dashi: “¡Pero eso es una manipulación de la
mente!”. Al decir eso, no solo estaba denunciando una maniobra ilegítima; la premisa
implícita era que en nuestro estado habitual la mente está libre y limpia de
manipulaciones. Pero la neurociencia demuestra que nada está más lejos de la
verdad…
En su libro Sleights
of Mind: What the Neuroscience of Magic Reveals About Our Everyday Deceptions
(“Trucos de la mente. Lo que la neurociencia de la magia revela sobre nuestros
engaños cotidianos”), Stephen L. Macknik y Susana Martínez-Conde ilustran sus
conocimientos técnicos sobre el cerebro humano y la percepción sensorial con las
prácticas de varios magos profesionales que, por pura intuición y sin formación
científica alguna, son capaces de aplicar estos principios de forma brillante y
espectacular. En realidad, no hay magia como tal: hay destreza manual, sugestión
psicológica, recursos dramáticos, etc., y en la medida que eso se oculta o disimula
hay misterio, pero en el fondo son las limitaciones y deficiencias de nuestros
procesos de percepción sensorial y cognitiva, bien explotadas por el mago, las
que hacen posibles esos trucos asombrosos. Por si eso fuera poco, algunas de las
conclusiones de este estudio encajan formidablemente bien con la comprensión
budista de los procesos de la mente. ¡Qué pena que Shanjian no llegara a
conocerlo, porque seguro que lo habría disfrutado una barbaridad!
La
verdad inquietante es que tu cerebro genera la realidad, sea visual o de otro
tipo. Lo que ves, oyes, sientes y piensas se basa en lo que esperas ver, oír,
sentir y pensar. A su vez, tus expectativas se basan en todas tus experiencias previas
y recuerdos. Lo que ves en el “aquí y ahora” es lo que te fue útil en el pasado
(…). En lo esencial, eres una máquina de predecir, y predices sin esfuerzo y
correctamente casi todos los acontecimientos que van a ocurrir en tu vida. (…)
El hecho de que la conciencia dé la impresión de ser una transcripción de la
realidad sólida, robusta y repleta de hechos no es más que una de las ilusiones
que tu mente se crea para sí misma (…) En realidad no “ves” nada; más bien
procesas patrones relativos a objetos, personas, escenas y acontecimientos para
generar representaciones del mundo.
Lo cierto es que todos tenemos algo de mago, nos guste
o no, por el mero hecho de estar percibiendo sensorialmente este mundo, aunque demasiado
a menudo caigamos en una especie de “magia negra” involuntaria e inconsciente
cuyos principales perjudicados somos nosotros mismos. El Dharma reconoce que no
podemos evitar hacer magia (es decir, percibir ilusiones), ya que nuestros limitados
sentidos siempre crean representaciones aproximadas de la “realidad”, pero
sí favorece que practiquemos una magia natural e inofensiva en vez de su
contraparte dañina. Algo parecido, visto desde otro ángulo, es lo que dijo
Einstein en una cita clásica:
El
ser humano es parte del todo que llamamos el universo, una parte limitada en el
tiempo y el espacio. Se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y emociones,
como si fueran algo separado del resto –una
especie de ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es una cárcel para
nosotros, que nos reduce a nuestros deseos personales y al afecto sólo para las
pocas personas que nos son cercanas. Nuestra tarea debe ser la de liberarnos a
nosotros mismos de esta cárcel ampliando la esfera de nuestra compasión hasta
abrazar a todos los seres vivos y a la naturaleza entera en toda su belleza.
Si alguno no cree en las auto-manipulaciones
inconscientes de la mente, que compruebe cómo somos capaces de engañarnos a
nosotros mismos si las condiciones del entorno lo recomiendan por cualquier
motivo. ¡Es muy divertido! … y al mismo tiempo, también explica multitud de comportamientos
y actitudes ridículas que adoptamos los humanos.
En otra época, habría pensado que gentes como esta son
pérfidos mentirosos, perfectamente conscientes de la falsedad que están
proclamando, y aun así mintiendo como bellacos. Sin embargo, ahora me inclino a
aceptar otro punto de vista más comprensivo: que como nuestras ideas y razones resultan
más eficaces y persuasivas cuanto más creemos en ellas, la mente tiende a
hacernos creer lo que nos conviene en cada momento, según sus propios cálculos
(inconscientes pero férreos en defensa del interés propio). Se trata por tanto
de una variante más de la disonancia cognitiva, o, si se quiere, otro truco más
de magia con el que nos engañamos cuando hay alguna ventaja en ello.
Bien: tenemos cinco sentidos limitados en su alcance y
precisión, una mente que crea sin control “la realidad” y además la interpreta
erróneamente, fuerzas internas y externas que influyen decisivamente en nuestra
percepción sensorial, llegando a inventarse sabores y olores inexistentes en
reacción a presiones sociales o psicológicas (y no hablamos de psicópatas; son
fenómenos cotidianos de gente considerada “normal”) …
En resumen: ¿puede haber mejor recomendación para no
tomarnos las cosas demasiado a pecho ni a nosotros mismos demasiado en serio? La
exactitud de nuestra visión del mundo es un caso perdido, pero la magia y el
Dharma nos enseñan que el mundo de las ilusiones puede ser maravilloso y de
gran belleza si lo vivimos con la distancia justa. ¿Para qué enrocarnos en la
realidad y trascendencia de nuestros delirios, como simios borrachos convencidos
de su propia importancia?
PD: Aquí va un enlace a la Magia Potagia del genial Juan Tamariz –la vía por la que muchos nos
aficionamos a este arte:
(Mala calidad de imagen al principio, luego se corrige).