sábado, 28 de noviembre de 2015

Vive la différence




Un estudioso de las religiones recurrió hace años a un concepto matemático para establecer una distinción gráfica entre dos tipos de vías espirituales: las que llamó “de base 1” y “de base 0”.

En el primer grupo estarían todas las religiones teístas tradicionales, incluidos el judaísmo, el cristianismo y el Islam; en el segundo, solo el Dharma de Buda y el Dao en su vertiente más abstracta o filosófica. La diferencia está en qué es lo que suponen que hay al final del camino: si es algo o alguien (1) –puede ser desde un Dios personal hasta una conciencia cósmica impersonal– o simplemente es sunyata, el Vacío (0).

Pero esto no solo es una cuestión metafísica; tiene una correlación evidente en el plano práctico del aquí y ahora. Para nosotros los occidentales, la diferencia se aprecia muy bien cuando se contrastan los métodos tradicionales de psicoterapia y la meditación budista, tal como explica Shanjian Dashi en este pasaje:

La diferencia entre el enfoque de la terapia humanista y el de la psicología del Dharma reside en su actitud acerca de la introspección. El enfoque humanista tradicional permite que se desplieguen las cadenas de recuerdos, llevando a la introspección a un avance repentino hasta su aparente origen y a liberar toda la tensión y el estrés que se han desarrollado, habitualmente desde la niñez, con respecto a esas asociaciones de huellas de la memoria. La vipassana disuelve los enlaces de la cadena dentro de la cognición de forma instantánea a medida que el próximo enlace de la cadena aparece en la conciencia.

Eso no significa que uno no penetre hasta el origen. Significa que los enlaces asociativos se disuelven conforme aparecen y que no se pone énfasis en el origen como causa raíz. Se ve que el origen está en el observador aparente, que ha generado las huellas almacenadas con valencias que son incorrectas, es decir, la función falsa y la creencia errónea en la veracidad de las asociaciones de nombre y forma.

Nuestra sociedad (y muchas psicoterapias que la asisten) no entiende que se pueda vivir sin un “yo” sólido y fuerte, esa “unidad de destino en lo mundanal” que diríamos. Para el Dharma, en cambio, es precisamente ese “yo” que colocamos en el centro del mundo el que genera todo nuestro sufrimiento y la falsa felicidad que pretende compensarlo: el observador aparente que se separa artificialmente de todos los demás fenómenos.

No es nada raro que incluso gente que lleva muchos años practicando budismo no haya logrado desprenderse de esa noción subrepticia del “yo” tan querida para nosotros. Van por una vía de base 0 con su 1 a cuestas, arrastrando su biografía y su sufrimiento hasta alcanzar su “iluminación” final. ¡Qué absurdo!

Por suerte, alguien en el pasado tuvo el arrojo y la templanza de enfrentarse a este nudo y disolverlo, abriendo las puertas de un camino por el que simplemente se camina sin que haya un caminante. No es fácil, no te gana el respeto ni la admiración de nadie, no te aporta grandes placeres ni recompensas, pero las puertas están abiertas de par en par y tras ellas flota un “¿Qué?” sin otra respuesta posible más que echar a andar en esa dirección.

Cuando veo que meten al Dharma en el mismo saco que las terapias y religiones, no me canso de repetir: “¡No es lo mismo, no es lo mismo!”, aun a costa de ser pesado.

Pero cuando siento el enorme potencial que nos pone al alcance de la mano como si fuese un regalo inexplicable, también pienso con alegría sin fin: “¡Vive la différence!”.