lunes, 29 de junio de 2015

La vida transparente


¿Cómo es posible que alguien arroje a tres cachorros indefensos a una balsa de alquitrán para matarlos? ¿Qué mezcla de crueldad y ceguera puede explicar esa decisión?

Afortunadamente, también hay gente -y son muchos más- que hace todo lo que está en sus manos para contrarrestar esta barbarie. Pero, en este caso, eso no fue suficiente y uno de los tres perritos se quedó por el camino... y quién sabe si nos enteraremos de la suerte de los otros dos una vez pasado el revuelo mediático.

http://blogs.elpais.com/emperrados/2015/06/tres-cachorros-a-una-poza-de-alquitr%C3%A1n.html

Todos reaccionamos con vehemencia ante noticias como esta, pero hoy quiero ver qué puedo aprender de esto más allá de la repugnancia moral... ¿Puedo aprovechar esta historia para abrir un poco las puertas de la sabiduría y compasión que disuelvan esta ceguera?

El chapapote que cubre al perro de la izquierda es una buena imagen de lo que hace la ignorancia que ciega y mata. Pero aparte de la persona que intentó acabar con él, ese animal ha sido víctima de la ignorancia humana universal, de la que yo también soy parte hasta que me libere. ¿Cómo no sentirme manchado por esa vergüenza?

La foto de la derecha muestra al mismo perro ya limpio, con su pelaje restaurado y aparentemente tranquilo y contento. Entonces, ¿está todo bien ya? En términos mundanos parecería que sí, pero si aplico el Dharma veo que hay algo más profundo... no me puedo quedar en la superficie.

Si cuando miro esa foto solo veo al cachorro individual, proyecto hacia él mis sensaciones y emociones y me identifico virtualmente con él como "pobre víctima", entonces se genera un bucle de falsa compasión que no ayuda a nadie y facilita el apego de base egoísta. Al humanizarlo, en realidad lo estoy degradando en vez de hacerle un favor. Cualquier ser vivo es digno y valioso de por sí sin tener que parecerse a nosotros, los auto-proclamados "reyes de la Creación".


En cambio, si miro dentro del animal individual (o la planta) olvidando los detalles hasta llegar a su fondo, que es simplemente estar vivo e intentar seguir vivo, puedo tocar el corazón de la misma fuerza que me anima a mí y me unifica con todos los seres del mundo. Esa es la raíz de la verdadera compasión.

Este perro es un animal fantástico; no es una "pobre víctima" ni tampoco un peluche. Puede haber necesitado ayuda para reparar una barbaridad inhumana, pero no requiere nuestra conmiseración. Lo único que quiere y necesita es que se le deje vivir de acuerdo con su propia naturaleza.

Y en eso, vista nuestra condición actual, los humanos podemos interferir más que ayudar si no andamos con cuidado, usando las herramientas de nuestra naturaleza liberada.

Así que larga vida a Chapa y Pote (los dos cachorros), gracias a sus salvadores, y ojalá su historia me recuerde siempre que nosotros también podemos vencer a la ignorancia y quitarnos esa capa de alquitrán viscoso y tóxico para simplemente respirar y vivir con naturalidad.

lunes, 15 de junio de 2015

¿Quién es el androide de verdad?


Desde que Mary Shelley alumbró el mito de Frankenstein, un recurso clásico de la ciencia-ficción es imaginar seres variopintos generados por los humanos que se revuelven contra sus amos de forma inesperada y catastrófica. Un brillante ejemplo moderno es Blade Runner, donde el "replicante" Roy Batty regresa a la Tierra a buscar a su creador para lograr que desactive la muerte inminente que lleva inscrita en su programa; pero es un tema con variaciones para todos los gustos.

Como buen material de entretenimiento que son, estos relatos pueden sugerir temas dignos de reflexión, pero al final la mayoría reserva el papel de héroe a los humanos, salvados de la destrucción precisamente por su inherente humanidad que los distingue felizmente de los villanos, sean androides, monstruos o robots.

Ahora bien, si pensamos en proyectos como la iniciativa 2045 (ver entrada anterior), ¿acaso lo que planean estos buscadores contemporáneos de la eterna juventud no supone una rebelión similar contra nuestro "creador"? La diferencia es que, al no haber nadie a quien se le pueda reclamar o forzar (como al doctor Tyrell en la foto), su propósito es cambiar nuestro hardware biológico por otro virtual que sirva de soporte a nuestra personalidad, entendida como un software transportable y mejorado gracias a la inteligencia artificial.

En ese caso, la ansiedad que mostramos los humanos en multitud de novelas y películas ante una posible rebelión de las máquinas inteligentes que hemos fabricado para servirnos sólo es la cara visible de la moneda; en la otra, más oculta, ya estamos apuntando a hacerle la misma jugada a la Fuerza de la Vida impersonal que nos ha engendrado, a todos los efectos como si fuese nuestro ingeniero programador.

Se trata por tanto del mecanismo psicológico conocido como "proyección", por el que  atribuimos a los demás actitudes, intenciones o acciones que no queremos ver como nuestras, aunque lo son. Eso mismo es lo que hace el típico político marrullero que entre gritos e insultos acusa a su rival de crispar y ensuciar el debate de las ideas -obviamente como cortina de humo para ocultar lo que realmente está pasando.

Entonces, ¿es posible que a nivel colectivo tengamos la conciencia tan sucia que queramos purgarla o anestesiarla con estas fábulas donde pasamos de villanos a héroes? Estando a punto de descartar nuestra herencia natural porque no se ajusta a nuestros deseos egoístas de permanencia, nos consolamos imaginando historias en las que salvamos el mundo de la destrucción a manos de criaturas que han sobrepasado inesperadamente los límites de su programación original.

En este juego que ya se está planteando de creadores y criaturas, ingeniería de programación y androides programados, ¿qué papel jugamos los humanos? ¿Quién es de verdad la víctima y quién el verdugo?

sábado, 13 de junio de 2015

Los sueños de la razón



El historiador Ian Morris ha acuñado un teorema que a su juicio explica por qué surgen cambios (sobre todo tecnológicos) en el devenir de la especie: "Los cambios los provocan personas vagas, codiciosas y temerosas que buscan maneras más fáciles, lucrativas y seguras de hacer las cosas. Y pocas veces saben lo que está haciendo".

Con todo lo resultón que es, el "teorema Morris" solo refleja las motivaciones de dos de las tres identidades, por mucho que sean las más comunes: la codicia y miedo del temperamento adquisitivo y la pereza del temperamento confuso. Deja fuera el impulso manchado del temperamento aversivo, que es el dominio y control absoluto.

Nadie en su sano juicio sostendría, por ejemplo, que cuando Siddhartha Gautama abandonó su cómoda vida en palacio estaba buscando una manera más fácil, lucrativa y segura de hacer las cosas, o que su iniciativa no supuso ningún cambio en la historia de la humanidad.

Tres fueron las experiencias que le empujaron a Gautama a emprender su camino de liberación y convertirse en Buda: el encuentro con esas formas prácticamente universales de sufrimiento humano que son la enfermedad, la vejez y la muerte. Fiel a su temperamento aversivo, Gautama fue al choque contra ese sufrimiento y no cejó hasta que lo superó.

Ahora, miles de años más tarde, la codicia y la tecnología han avanzado tanto que algunos empiezan a soñar con la posibilidad una alternativa aparentemente más fácil, lucrativa y segura que le daría la razón a Ian Morris: crear avatares de cuerpo robótico o incluso hologramas a los que se les pueda cargar nuestra personalidad como quien sube un archivo a internet.

Estos "transhumanistas" confían en que los avances en medicina e inteligencia artificial nos abrirán para el año 2045 las puertas de la inmortalidad. Seremos entonces humanos post-biológicos que habremos dejado atrás nuestra limitada inteligencia basada en el carbono por otra permanentemente interconectada y virtualmente infinita basada en el silicio -y de paso habremos superado para siempre las mismas tres experiencias que generaron la búsqueda y el despertar de Gautama.

¿Sueño o pesadilla? El tiempo dirá. Pero es interesante darse cuenta del enfoque tan crudamente materialista de esta iniciativa, que no se enfrenta al sufrimiento que imponen estos obstáculos sino que pretende eliminarlos directamente y que busca ampliar y eternizar el dominio de la misma inteligencia cognitiva al servicio de las identidades que supone el mayor reto a nuestra integridad natural y a la supervivencia de toda la vida en el planeta. ¿De verdad saben lo que están haciendo?

¿Qué pasará con todas las facultades humanas desconocidas o despreciadas por estos técnicos que no sean susceptibles de "subirse" al avatar inmortal? ¿Qué pasará con la propia naturaleza, fuente de nuestra humanidad y de tantas experiencias que estos visionarios tratarán como fantasías? ¿Qué ocurrirá una vez quede silenciada para siempre la voz de la homeostasis natural que nos avisa cuando algo no marcha bien en el cuerpo-mente biológico?

Desde luego, si esos cambios se llegan a producir, es más que probable que la puerta de la liberación de la mente pura se cierre para siempre para el género humano. Si el dominio de la identidad cognitiva se entroniza de esa manera, quizá ni siquiera quede margen para una suerte de "Dharma 2.0" para la nueva especie.

Ah, y hay otra diferencia importante. Tras su despertar, Buda proclamó: "Abiertas están las puertas a lo inmortal para quienes tengan oídos" y ofreció su enseñanza libremente a gentes de todas las castas, incluidos los parias, lo cual fue toda una revolución. En cambio, esta iniciativa (http://2045.com/) solo está al alcance por ahora de quien tenga tres millones de euros.

Parece inevitable por tanto que esta nueva aventura, si llega a fructificar, consolidará una nueva separación de castas, esta vez entre los pudientes que están tan enamorados de su identidad e inteligencia como para asegurarse su continuidad por los siglos de los siglos a golpe de talonario, y el común de los mortales, sujetos aún a la enfermedad, la vejez y la muerte, sin otro recurso que el Dharma natural propio de los humanos.

Si a mí me dieran a elegir hoy mismo, no tendría dudas sobre cuál de los dos destinos preferiría. Igual que el sueño de la razón, también el delirio de la razón al servicio la identidad produce monstruos.

Curiosamente, aunque casi estamos hablando de ciencia-ficción, en algunas mitologías budistas tradicionales se contempla un reino de los dioses o seres sobrehumanos donde la vida es larguísima, fácil y placentera; es casi como si hubieran previsto esta eventualidad. Sin embargo, esa condición se compara desfavorablemente con la nuestra. ¿Por qué? Porque es en la vida corriente, con todos sus problemas y desafíos, con su vejez, enfermedad y muerte, donde se produce el crecimiento verdadero que nos hace plenamente humanos.

Y es que, francamente, ¿qué más se le puede a nuestro breve paso por esta Tierra que ser plenamente humanos?

Y ahora viene la pregunta incómoda... ¿Cuántos de nosotros lo estamos consiguiendo?