jueves, 14 de febrero de 2013

El ataque budista



La “rueda de la vida” es un elemento clásico del arte budista. En un círculo situado en su centro, una serpiente, una paloma y un cerdo se muerden la cola como si se persiguieran unos a otros, dando vueltas sin fin.

En otra entrada (http://directoaldharma.blogspot.com.es/2007/09/la-importancia-de-entender.html) ya expliqué que cada uno de estos tres animales representa una de las tres identidades o tendencias subconscientes malsanas que nos afligen a los humanos: la confusión, la codicia y la aversión.

A juzgar por su vida y sus enseñanzas, Siddhartha Gautama era claramente de disposición aversiva. Éste es el tipo que no retrocede ni se queda quieto ante una amenaza. Su respuesta primordial es el ataque.

Recuerdo una vez que mi padre, que era de este mismo temperamento, me reclutó para una tarea en la que nadie en casa quería ayudarle. Se había pillado un dedo y tenía la uña negra por un derrame, que le dolía por la sangre acumulada que palpitaba sin encontrar salida. Harto de la molestia, no iba a quedarse de brazos cruzados sin más. Su respuesta, cuyos detalles os ahorro, atacó el problema de raíz con ayuda de un taladro y algo de alcohol.

Las enseñanzas de Buda también se entienden mejor cuando se las ve como un ataque. Pero, ¿cuál era la amenaza latente a la que estaba respondiendo? No una, sino tres: la vejez, la enfermedad, la muerte. Aunque tras despertar Buda las entendió como variedades de un mismo sufrimiento, su camino arrancó como reacción a este triple azote.

Todas las personas y todas las culturas nos enfrentamos a ese problema de la condición humana. Hoy día, en nuestra moderna sociedad occidental, la ciencia y la industria farmacéutica dedican ingentes medios técnicos y económicos a encontrarle remedio a estas tres lacras. En algunos círculos, incluso hay esperanzas de alcanzar la inmortalidad por métodos puramente materiales y resolver así el dilema existencial.

Siddhartha Gautama no tenía esos medios a su alcance. ¿Los habría empleado si hubiese contado con ellos? Quién sabe, aunque lo dudo mucho. De todas formas, lo que importa es que para él la triple plaga estaba ahí, latiendo con la misma insistencia que un derrame doloroso debajo de la uña que no te permite funcionar con normalidad ni tampoco olvidarte de él.

¿Cuál fue su solución, nada convencional e increíblemente audaz, a la intolerable y persistente amenaza de estas tres plagas? Entender su origen y disolverlas –pero en la mente y mediante la mente.

Algunos quizá crean que todo esto son meros juegos de palabras o, como mucho, una autosugestión fraudulenta, una quimera.

Otros, que es un camino egoísta, preocupado solo por el propio sufrimiento.

Pero los que hemos tenido la suerte de conocer a alguien que ha recorrido ese camino sabemos que no hay nadie más generoso y dedicado a los demás, más auténtico y escrupuloso, que quien ha cruzado el río del sufrimiento y la dualidad y vuelve para mostrar a otros cómo se hace. Su presencia es solo un indicio, pero un indicio valiosísimo, de que las enseñanzas de Buda son fecundas y generan cambios reales en esta vida, aquí y ahora.

Ahora bien, volviendo al sufrimiento, es evidente que Buda mismo llegó a viejo (las crónicas afirman que llegó a los ochenta años, una edad probablemente muy avanzada para su época), enfermó por comer carne en mal estado, y por último murió. 

Está claro, por tanto, que el camino del Dharma no proporciona el elixir de la eterna juventud material sino otra cosa, más sutil. ¿Qué es?

Buda lo llamó “la liberación inquebrantable del corazón” (sabiendo que el corazón en la India y China representa la mente pura, no la sede de las emociones como en Occidente). Una de las consecuencias de esa liberación, según dicen los sabios, es que desaparece todo sufrimiento; pero es una consecuencia, no un objetivo en sí.

Así pues, tras haber renunciado al reino terrenal que su padre le ofrecía y a todos los placeres y privilegios asociados con su condición de príncipe heredero, Gautama encontró su propio reino en el despertar –un “espacio” en la mente libre de sufrimiento, donde no hay enfermedad, vejez ni muerte (ni tampoco reyes o súbditos, paradójicamente). 

Y como buen monarca, virtual pero generoso, sus enseñanzas invitan a todos a convertirnos en ciudadanos de ese reino, por así decirlo, y recuperar la libertad interior y el bienestar intrínsecos que son nuestra herencia natural como seres humanos.